Conmemorar el vigésimo aniversario de la llegada al poder de los
socialistas en 1982 y celebrar a la vez la proclamación de José
Luis Rodríguez Zapatero como candidato a la Presidencia del
Gobierno ha sido un acierto, al menos desde el punto de vista
propagandístico. Una plaza de toros llena hasta la bandera "y
muchos militantes debieron quedarse fuera, por falta de espacio",
la euforia por ver juntos a Felipe González y al delfín y el eco en
la prensa han sido logros de un partido que durante años ha
caminado con la cabeza baja y escasas expectativas.
Hoy estamos ante la cercanía de unas elecciones municipales y
autonómicas y a un año y medio de unas generales. Los socialistas
lo saben. Han presentado ante la sociedad un partido unido, con un
líder claro y único "ya nadie parece añorar la omnipresencia de
González" y, lo más importante, ideas alternativas al modo de
gobernar de los populares. Con este bagaje ya tenemos clara la
clase de «guerra» política que va a presentar Zapatero, con armas
como la ilusión "la que presidió aquel 1982", la sensatez y una
imagen muy moderada, capaz de alinearse con el Gobierno en asuntos
clave para el Estado y capaz también de enfrentarse a él cuando
cree que se equivoca.
Todo eso es positivo y quizá en el PP debieran empezar a pensar
en realizar un proceso similar de cara a las elecciones de 2004,
porque todavía no han perfilado al sucesor.
Sin embargo, hubo también elementos chirriantes en la fiesta
socialista del domingo. La entrada triunfal "se llevó, dicen, la
mayor ovación" de un José Barrionuevo, convicto nada menos que por
un delito de secuestro, estaba fuera de lugar. Es hora de dejar el
pasado atrás, mirar al frente y plantear soluciones a los problemas
del país.
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