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Se pasan horas de pie, en la puerta de la iglesia, pidiendo. Unos los hacen con la mano extendida, otros, simplemente, estando, «pues los feligreses ya saben a que venimos aquí», nos dice Vicente, nacido en Valencia, en cuya huerta trabajó hasta que se le comenzaron a torcer las cosas: separación, problemas, alcohol, «porque cuando caes en el alcóhol es cómo cuando te metes en la droga, que ya no puedes salir, aunque yo, de momento, me defiendo».

En el otro lado de la puerta del templo, está Alfonso, que «nada tengo que ver con él -señala a Vicente-, aunque nos llevamos bien, pero -matizalo que pilla cada uno es para él». Alfonso cuenta que trabajó en un campo de golf, que al saltar una tapia de dos metros se partió la pierna por la rodilla, que estuvo de baja durante meses, que al volver al trabajo lo hizo como albañil «en la reforma de Correos», dónde tuvo otro accidente, más tiempo de baja y perdida de trabajo, «pues al no poder hacer fuerza quedé inválido: no puedo coger nada ya que se me dobla la rodilla».

Y así, perdiendo lo poco que le iba quedando, se quedó sin nada, «ni siquiera con un retiro a pesar de que he cotizado durante 20 años». Lo cierto que está ahí, en la puerta de Sant Sebastià, pidiendo. «Unos días te dan más que en otros, pero con que te saques para comer algo y fumar, te conformas». Vicente duerme en Ca l'Ardiaca, por lo que da «gracias a Jaume Santandreu», mientras que Alfonso lo hace en un chupano, solo, «pues no tengo otro techo».

Ambos consideran que en Navidad la gente no da más que en otros días, «y ahora, desde que está el euro, menos todavía», y que nadie, ni los servicios sociales del Ajuntament, «ni el gobierno», jamás se han preocupado por ellos. «Nadie nos ha preguntado jamás qué hacemos aquí, o por qué hemos llegado aquí. Si fuéramos negros o inmigrantes de otro tipo, seguro que nos apoyarían», cree Vicente.

Pedro Prieto