Los restos mortales del presidente del Consejo de Estado, Íñigo
Cavero, fueron inhumados ayer en el cementerio de Cintruénigo
(Navarra) tras una ceremonia religiosa a la que asistieron las
autoridades navarras y el secretario de Estado para el Deporte,
Juan Antonio Gómez Angulo, además de numerosos amigos y familiares.
Cavero, que murió el día de Navidad en Madrid a los 73 años de un
infarto de miocardio, era un asiduo visitante de las Pitiüses,
islas en las que decía sentirse como en su casa.
Previamente se celebró en Madrid, en la sede del Consejo de
Estado, una misa corpore insepulto oficiada por el obispo auxiliar
de Madrid, César Augusto Franco, y que contó con la asistencia del
príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, acompañado del jefe de la
Casa del Rey, Alberto Aza. Acudieron también la presidenta del
Congreso, Luisa Fernanda Rudí, y el presidente del Senado, Juan
José Lucas, quien aseguró que Cavero fue «un jurista excepcional,
un buen político, pero por encima de todo, era una gran
persona».
El pasado 15 de agosto recordó en una entrevista mantenida con
este periódico que su padre iba a Eivissa desde 1954 y que desde
1971 era su lugar de veraneo: «Mis hijos se han hecho desde niños
ibicencos de corazón y mis nietos van por el mismo camino». En otra
entrevista concedida a este periódico, Cavero exponía su parecer
sobre una de sus obsesiones, el final de ETA: «Las amenazas de ETA
son un argumento más para asegurar que la banda se siente tutora de
HB», dijo quien desde 1996 era presidente del Consejo de
Estado.
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