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Cada hombre, cada mujer, es una estrella en busca de su órbita. Esta afirmación nos sugiere, como sucede cuando conectamos con lo más esencial de todos los símbolos, las ideas de orden y destino. Popularmente se dice de alguien que es una estrella cuando destaca por su lucimiento, y en esta línea ningún deslumbre es mayor que el que ejerce sobre los espectadores la actriz o diva que seduce. Para que las cosas vuelvan a su cauce, el nombre de la actriz lucirá en el suelo del Paseo de las Estrellas, al mismo nivel que cualquier otra, sus oponentes, consiguiendo ahora su brillo y pátina gracias a las pisadas de los transeúntes. Nada que decir contra las carreras y ambiciones exitosas, ni las titulaciones mitológicas.

Y es que cada uno es una estrella en busca de su órbita, y sólo la encuentra al poner orden en su vida, empezando por su origen, y conociendo y asumiendo su propio destino. Nada más absurdo entonces que pensar en una estrella solitaria. El firmamento está repleto de estrellas; desconocemos sus órbitas. Cada una tiene el brillo que le corresponde, que le pertenece, y juega su papel, su lugar, en un entramado misterioso cuyo origen y sentido está más allá de nuestras posibilidades de reflexión, entendimiento e inspiración. La humildad de los seres estrella en búsqueda de su órbita, y todos en la misma tarea.

Símbolo del fulgor y del misterio de la vida, de la identidad, y del sentido de las cosas. Cada uno brillando con luz propia. Todos tan poderosos, tan autónomos (cuando hay salud verdadera) y sin embargo formando parte de un entramado inmenso, cuyo origen y final se nos escapa. Sólo a nivel muy personal podemos esclarecer en parte el sentido de las cosas.

La humildad necesaria para ello viene fortalecida si somos capaces de bajar la cabeza con respeto y admiración al sentir presente la bóveda del cielo estrellado, la presencia de los otros y su brillo. Cada uno es el elegido... para vivir su propia vida. La imagen de la estrella nos conecta con la llama del más allá que está en nosotros. Somos nuestra estrella, nuestro centro llameante. La fuerza del universo encarnada en cada uno. Ello nos permite el silencio y el recogimiento, al tiempo que un respeto reverencial hacia nuestros semejantes y sus ancestros, de quienes recibieron la vida, como nosotros de los nuestros.

Frederic Suau