Terminar escribiendo sobre el Búho, tras hacerlo sobre la
Pirámide y el Sol, y cuarenta y siete imágenes o símbolos más, me
invita a resumir sin tener que generalizar. En la noche la lechuza
representa al Sol muerto, el que está bajo el horizonte, y así nos
recuerda la muerte, la pasividad, y como algo opuesto a la luz y el
calor del Sol, el frío, la noche.
Esa es otra parte de la verdad, la otra polaridad, la que no
queremos ver, la que nos negamos a compartir hasta con nosotros
mismos. Esa ceguera voluntaria nos llena de tristeza y melancolía,
cuando no de temores y rencores. El Búho es un animal inactivo que
no obstante impone y hasta puede dar miedo. Se le considera mal
encarado y violento. Es así el que reniega o no quiere ver la luz.
Imaginaos una vida negando la existencia del Sol y su papel como
inagotable y generoso dador de vida, sin reconocer su necesidad en
la dinámica de la naturaleza. Sería lo mismo que afirmar que puedo
vivir desconociéndome.
Por otra parte, en su aspecto sanador, invita a que nos
reconozcamos también en nuestra autosuficiencia oscura, en nuestra
sombra no desvelada. Conviene saber en qué rechazamos la claridad,
la realidad como es, la lucidez. En qué y con quién somos feroces,
crueles, y cuándo sucede. Ahí está nuestro Búho. Por esta cualidad
de vernos como somos, el Búho es el animal que rige la elaboración
de los espejos mágicos.
Quien se ha reconciliado con el Búho tienen el poder, la
sabiduría, la posibilidad, dicho en forma menos enfática, de
acompañar a quienes están en el tránsito por «la noche oscura del
alma» o sus sucedáneos (problemas, inquietudes, etc.) Cuando el
Búho canta algo tiene que morir, y deduciendo cosas del simbolismo
que hemos expuesto, cuando el Búho canta (nos sentimos
aterrorizadores o nos aterrorizamos, nos agraden o agredimos,
estamos fríos, pasivos, etc.) es un claro aviso de que algo en
nosotros necesita morir.
Frederic Suau.
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