Las esperadas comparecencias del secretario de Estado
norteamericano Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU
y la del presidente José María Aznar ante el Congreso de los
Diputados sólo sirvieron para convencer a los ya convencidos. Como
se había anunciado, las «pruebas» a las que se habían referido
durante tanto tiempo para justificar sus planes bélicos contra Irak
eran más bien «indicios» de que el régimen de Bagdad no está
cumpliendo las resoluciones que le impuso la ONU después de la
Guerra del Golfo, hace doce años.
Por eso quienes se han mostrado contrarios a esta nueva
incursión bélica desde el principio -Francia y Alemania, además de
muchos países de menor peso y la oposición española- se quedaron
tal como estaban, es decir, exigiendo un plazo de tiempo más
generoso a los inspectores de la ONU para que, en efecto,
verifiquen si el desarme iraquí se ha llevado a cabo o no. Y
quienes estaban a favor del ataque «preventivo» siguieron
defendiendo sus tesis con idéntica convicción.
Pero mientras Estados Unidos continuó ayer desplegando efectivos
militares en la zona -ya son 116.000- y la OTAN manifestó su
esperanza en que los aliados alcancen pronto un acuerdo con tal de
preparar la guerra si finalmente se opta por ella.
De forma que los esfuerzos diplomáticos de unos y otros se ven
contrastados por los hechos, que parecen demostrar que la opción
bélica está ya decidida de antemano, un asunto gravísimo que tendrá
implicaciones mundiales de todo tipo y que en España ha tomado
últimamente el cariz de un espectáculo protagonizado por actores
que, después de convertir la gala de los Goya en un alegato contra
la guerra, tuvieron que ser desalojados ayer del Congreso por su
histriónica actitud.
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