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El derribo de la totalidad de edificios en el perímetro coincidente con el área de reforma integral de lo que hasta ahora era el barrio chino de Palma, ha sido el trámite decisivo para acabar de una vez por todas con la imagen ruinosa y entre escombros de antiguos negocios, más o menos conocidos y populares que estaban instalados en las calles Ballester y Socorro.

Los detractores de esta transformación integral, mal llamada rehabilitación, ya tienen un nuevo argumento para lamentarse de su impotencia que les ha impedido parar lo que consideran la destrucción drástica y sin paliativos de una zona con característica propia que se remonta a la época musulmana.

También tienen argumentos para el lamento los que han visto cómo eran borrados del mapa locales como Can Vallés, la vieja y entrañable sala de fiestas que tantas historias íntimas ha generado. Con Can Vallés, ha desaparecido Can Meca, los bares de alterne una tienda de comestibles y otros negocios, y las viviendas, cuyos antiguos moradores se habían marchado hace tiempo, debido a la degradación de la zona, y a los que quedaban les han dado lo suficiente como para que no puedan ni soñar con pagar la entrada de un piso.