Mario Soares lo ha sido todo en la política portuguesa. Fundador
del Partido Socialista, fue el primer presidente de Gobierno
elegido democráticamente en su país tras la caída de la dictadura,
cargo que repitió hasta tres veces, para pasar a ser presidente de
la República entre 1986 y 1996. Su forma de ejercer el poder, a la
vez enérgica y abierta, le convirtió en el político más popular del
Portugal moderno, respetado incluso por sus adversarios, y en suma
en uno de esos personajes que marcan una época. Una época que
muchos creían ya acabada, especialmente desde que en 1999 y hasta
2003 ocupó uno de esos confortables escaños del Parlamento europeo
que tantas veces se convierten en la antesala del retiro de un
político.
Pero ocurre que hace apenas unos días Mario Soares, a sus 80
años, ha manifestado su intención de presentarse como candidato a
las elecciones presidenciales portuguesas a celebrar el próximo mes
de enero. Ha confesado que lo hace en pos de la cohesión nacional y
animado por el deseo de revitalizar la vida pública, hoy en horas
bajas debido entre otras cosas a la crisis económica y financiera
por la que atraviesa su país. Bien. Es la jerga habitual en un
político, pero en cualquier caso hay que reconocer que su retorno
al primer plano del panorama político portugués resulta muy
significativo.
Con independencia del éxito que tenga en su empresa, el hecho de
que un anciano ya de vuelta de casi todo en el plano político salte
de nuevo a la palestra, habla en primer lugar de la escasa
vitalidad de una izquierda en general, y de un Partido Socialista
en particular, incapaces de encontrar candidatos lo suficientemente
atractivos entre las generaciones más jóvenes. Y ésta podría ser
una de las primeras razones que explican el decaimiento que hoy
vive la sociedad portuguesa.
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