Lo que hay ahora es una especie de estación fantasma, como
surgida después de un bombardeo. Muy rara. Hace calor afuera porque
no hay toldos, y casi todos esperamos dentro. Tengo un folleto y lo
miro varias veces. Siempre me pasa lo mismo a la hora de las
partidas. Da igual adónde sean: miro mil veces si lo llevo todo. Y,
sin embargo, sé que dentro de dos horas estaré de vuelta, porque
sólo voy en tren a Manacor, y allí no me espera nadie. Me levanto a
comprar una botellita de agua en la máquina y espero un rato.
A las 9:55 ya estoy sentada junto a una ventanilla del último
vagón. Me gustaría poder cerrar los ojos y dormirme, como
seguramente harán dentro de unos minutos algunos pasajeros; los que
se conocen el camino. Pero yo tengo que fijarme muy bien en los
detalles, como si fuera a escribir luego un cuento. El tren pita,
marcha hacia atrás como para tomar impulso y arranca despacito. He
cogido el que no para hasta Marratxí. Las obras continúan durante
un buen camino. Así que apunto: grúas, vallas, tuberías y tierra
alzada. Hombres con cascos, muy morenos. Bonita excursión,
Neus.
Frente a mí hay una chica rubia que lee el periódico. No parece
que esté muy cómoda. Yo miro por la ventana, como si quisiera
descubrir algo diferente que anotar. La cosa mejora cuando dejamos
los alrededores de la ciudad y ya estamos en pleno campo. A la
derecha todo es llano; a la izquierda hay montañas. Me cambio de
asiento, hacia el lado de las montañas, que me gustan más. Al
llegar a Santa Maria la chica del periódico decide acomodarse. Se
estira y cierra los ojos. Yo me fijo en la estación, en su precioso
reloj estropeado y con una sola aguja. Desde aquí arriba se ven
muchos secretos: hay casas muy arregladas, con jardines y
patios.
Neus Canyelles
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