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LOURDES TERRASA
Llegan a diario desde muy lejos para recibir la que, con toda seguridad, será su única comida ese día y todos los días. Son cerca de dos mil niños de Perú los que reciben alimento en los dieciocho comedores que gestionan misioneras mallorquinas de las congregaciones Hermanas Agustinas del Amparo, Hermanas de la Caridad, Hermanas Franciscanas y Religiosas Trinitarias.

Son niños que proceden de familias extremadamente pobres y que padecen al llegar a los comedores serios problemas de desnutrición. Allí, gracias a la atención médica y al control nutricional de los alimentos que reciben, esos niños consiguen poco a poco mejorar su desarrollo físico, y dejar atrás un vientre abultado o unos cabellos desteñidos que evidenciaban a simple vista su elevado grado de desnutrición. Y con la salud recuperan la sonrisa.

En los últimos años se ha triplicado el número de niños atendidos en estos comedores ante el creciente deterioro de la situación económica de ese país andino.

En estos dieciocho comedores no sólo se garantiza el alimento de los niños, sino que también se desarrollan campañas de formación dirigidas a sus madres, quienes en la medida de sus posibilidades colaboran en las tareas de los comedores y aprenden normas de higiene y nutrición que contribuyen a evitar enfermedades a sus hijos.

Gracias a la colaboración de médicos y nutricionistas, desde los comedores se vigila también el desarrollo de los niños en un esfuerzo común para que todos ellos consigan superar la desnutrición y crecer sanos.

Es importante tener en cuenta que todos estos niños viven en zonas muy desfavorecidas, rurales o en la periferia urbana, en infraviviendas que no disponen de agua corriente, alcantarillado ni luz, y donde las condiciones sanitarias son pésimas.

Los dieciocho comedores de las misioneras mallorquinas están localizados en núcleos especialmente deprimidos, ubicados en la zona norte de Perú y en la periferia de Lima, allí donde desde hace décadas, desde los tiempos en que la población huía de los horrores del terrorismo y de la represión militar, se fueron creando inmensos asentamientos humanos en lugares inhóspitos.

Estos dos mil niños son como Escarly Lizeth Bancayán Bayona, que tiene 11 años y estudia sexto de Primaria, tiene seis hermanos y sus padres trabajaban en la agricultura, aunque ahora su mamá está en casa y su padre está apoyando el paro de agricultores.