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Esta próxima semana se conmemora el vigésimo séptimo aniversario de la Constitución española de 1978 y seguramente ese es ya motivo suficiente para congratularse en un país cuya historia no destila precisamente largos períodos de democracia. Pero la concentración convocada para este mediodía por el PP en la Puerta del Sol, amén de la defensa del texto de nuestra Carta Magna, parece querer ser, aunque ningún líder conservador lo admita abiertamente, un rechazo al texto del Estatut que el Congreso de los Diputados admitió a trámite. Un texto que, según los populares, representa la quiebra de la unidad territorial de España.

El hecho de que un partido, conservador o no, abogue por el texto constitucional es en sí mismo positivo, por cuanto supone de apoyo a un sistema democrático. Ahora bien, convertir la concentración de hoy en una manifestación de rechazo al texto aprobado por todas las formaciones políticas catalanas excepto el PP sólo puede contribuir a crispar aún más la situación política por la que estamos atravesando. Precisamente debido a este peculiar contexto cabe preguntarse por la oportunidad de la concentración organizada por el PP.

Y, por otro lado, no puede olvidarse que algún día deberán plantearse cambios en la Carta Magna, que no es en absoluto un dogma de fe, ni es inamovible. Pero ello requiere de un acuerdo más amplio de lo que es posible, obviamente, hoy por hoy.

Mientras tanto, el Estatut catalán, que es mejorable pero que no supone un ataque a la unidad de España, seguirá su curso en el trámite parlamentario y será sometido a los cambios que Congreso y Senado estimen oportunos para que se adecúe a la Constitución. Pese a la legitimidad de la oposición conservadora al texto estatutario, una actitud menos beligerante habría permitido alcanzar acuerdos positivos y relajar una situación en exceso tensa. El PP sabe que la estrategia de la tensión permanente le favorece, pero debería plantearse si beneficia al país.