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El Producto Interior Bruto (PIB) español registró, en el transcurso del segundo trimestre de este año, un crecimiento del 4 por ciento, una décima menos que entre enero y marzo; un dato avanzado por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

El valor alcanzado por el PIB confirma el vigor de la economía española "mantiene un diferencial positivo de tres décimas respecto al mismo período de 2006", pero también revela una progresiva desaceleración en el ritmo de crecimiento de los últimos ejercicios. Los analistas del Banco de España atribuyen a la contención de la demanda interna el mayor sosiego económico de los últimos meses, derivado, en buena medida, del incremento de los tipos de interés hipotecario que, al fin y a la postre, acaba repercutiendo en las economías familiares. La única consecuencia positiva será, acaso, la moderación de los precios en el mercado inmobiliario.

Aunque sea sin alarmismos hay que constatar que la economía española está entrando en una nueva fase que requiere el impulso de sectores alternativos al de la construcción "que evidencia síntomas de agotamiento", un proceso que debe ser progresivo en favor de la industria y los servicios.

La capacidad del Gobierno de pilotar esta situación pondrá a prueba la eficacia del equipo que dirige el ministro Pedro Solbes, toda vez que es imprescindible mantener a raya dos factores básicos: la inflación y la tasa de desempleo.

Los responsables del Banco de España ya han realizado las correspondientes advertencias, ahora "cuando todavía se está a tiempo" es el momento de plantear un cambio de rumbo en la economía española; sin estridencias, pero con firmeza. Este debe ser el objetivo de los próximos meses.