El paro ha experimentado un incremento del 8'6 por ciento en su tasa interanual y del 6'22 por ciento en el pasado mes de enero; índices que no se alcanzan en España desde hace veinticuatro años. Una pésima noticia que corrobora la desaceleración económica que se viene registrando desde el último semestre del pasado año, en especial "tal y como apuntan los expertos" derivada del alza de los tipos de interés y su repercusión en el mercado inmobiliario.
La economía española, junto con el resto de países occidentales, vive un claro período de incertidumbre que obliga a la adopción de medidas que corrijan o palíen la adversa coyuntura económica que se avecina. Todos los indicadores coinciden en apuntar un período de incertidumbre económica, aunque todavía no hay unanimidad en su calificación puesto que para algunos analistas en pocos meses se retomará el pulso del crecimiento mientras que otros, pendientes de la evolución en los Estados Unidos, no dudan en vaticinar una crisis en toda regla.
En todo caso, el panorama invita a un análisis sosegado de la situación. El parón económico está generando paro e inflación, dos males que el Gobierno "y el resto de fuerzas políticas" debe tratar de atajar cuanto antes. La próxima cita electoral se está convirtiendo en una retahíla de promesas carentes del mínimo sentido común exigible a quienes pretenden asumir la dirección política de España, se ofrecen rebajas fiscales inasumibles o auguran un ritmo de creación de empleo incompatible con la evolución de los mercados.
El catastrofismo de poco o nada sirve, aunque parece más realista suponer que nada volverá a ser como antes. No es malo que el crecimiento inmobiliario deje de ser desmesurado o que las entidades financieras sean más cautas a la hora de conceder sus créditos.
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