«Pero, ¿dónde está Zapatero?», se preguntaba una mujer situada tras una barrera de seguridad en primera fila. Llevaba bastante tiempo esperando al presidente y empezaba a estar nerviosa. La cúpula política local ya había hecho acto de presencia, pero de ZP todavía no se sabía nada y ya eran más de las 20.30 horas.
Parecía una película de suspense. Los temas enlatados de Amaral, Ramazzoti o Nena Daconte se sucedían; los vídeos empezaban a repetirse como un bucle en el tiempo; Mayumaná había hecho su show y las banderas ondeaban con energía. De ahí que, ante este panorama, los políticos empezaran sus discursos.
A las 20.40 horas, Antoni Garcías anunció lo que todos esperaban: la llegada de Zapatero. Lo nombró, pero no salía. Tic, tac, tic, tac... Los segundos pasaban y el pasillo seguía vacío. Tras unos minutos de incertidumbre, se vislumbró al fondo la sombra de ZP. Acto seguido, un abarrotado Palma Arena se vino abajo. Tanto, que los de la organización tuvieron que sujetar agachados las barreras para que no se cayeran los fans del presidente, que se lanzaron a la búsqueda de un abrazo.
Pero, ¿por qué llegó tarde Zapatero? Por algo común a esas horas, un enorme atasco de tráfico, y algo menos común, la decisión del socialista de no poner en marcha las sirenas del coche oficial. Hizo cola, como el resto de los mortales.
Un centenar de funcionarios de Justicia aprovecharon la visita de ZP para recordarle que siguen en huelga. Entraron en el recinto, aunque fueron obligados a abandonarlo. Sólo quedó una mujer, que se coló entre la multitud y tuvo el valor de sacar la pancarta. Pobre. Las masas la taparon con las banderas y los de seguridad optaron por sacarla. También se quedó fuera el cobrador del frac enviado por Unitat per les Illes con la intención de hacerle llegar las facturas contraídas por la mala financiación de Balears.
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