edro Salvador es judío. Y convencido de serlo, además. Se ha pasado más de la mitad de su vida viviendo en Palma, donde ha trabajado como chófer de la EMT. Pero desde hace cinco años vive en el norte de Jerusalén, en un isuf, o grupo de casas levantadas en territorios ocupados, «aunque ocupados de qué "dice-. Porque para mí, Palestina es Israel», y trabaja en un lugar de Meah Saraim, posiblemente el barrio judío más radical de Jerusalén, en una de cuyas esquinas me cita. Viste completamente de negro, excepto la camisa, que es blanca. Por debajo de los faldones de su chaqueta asoman los tsi tist, que recuerda a quien los lleva los 613 preceptos de la Torá, con cuya práctica puede vivir llanamente. No lleva coletas, pero sí barba crecida y canosa. «Nuestra Ley dice que no nos podemos rasurar la barba, mientras que dejarse crecer los 'peuots', las coletas que nacen a ambos lados de las sienes, van a gusto de cada uno. Hay quienes las llevan y quienes no».
Tras dar una vuelta por el barrio, nos sentamos en un local donde sirven comidas y bebidas no alcohólicas. Antes de tomar un sorbo de la mirinda de naranja, pronuncia unas palabras en hebreo. «Rezamos para dar gracias por lo que vamos a tomar. Aquí rezamos por todo». Entran dos mujeres. Visten ropas gruesas hasta los pies, cubren sus cabezas con sendos pañuelos y en sus rostros no hay ni pizca de maquillaje. «Pero las ves felices, ¿no? "dice Pedro, sin mirarlas-. Son también ortodoxas. Van siempre así, completamente tapadas, y las que no llevan pañuelo en la cabeza se ponen una peluca. Lo importante es que no se vea su pelo, que es algo interior y muy personal. La mujer judía no debe mostrar sus partes íntimas a los hombres, y el pelo también lo es. ¿Qué no es una mujer que resalte vestida así? Da lo mismo. La mujer sólo debe ser hermosa para su marido. De ahí que si no es la mía, yo no la miro. Y ellos, los judíos auténticos "señala al hombre gordo, también de negro, que tenemos enfrente comiendo algo que no acierto a saber qué es-, tampoco miran a la mía. Y si alguno lo hace, pues allá él. Yo no le voy a matar, desde luegoÂ…Tampoco las toco, ni siquiera las rozo. Si una mujer se sienta a mi lado, me levanto por no tocarla. De ahí que en muchos autobuses, los hombres y mujeres entremos por puertas distintas, y ellas se sienten detrás y nosotros delante».
No está de acuerdo con esa leyenda urbana, que nadie sabe de donde ha salido, que asegura que los judíos ortodoxos no tocan a la esposa cuando hacen el amor. «Dicen eso de nosotros porque no tienen ni idea de nuestra forma de vivir. El tiempo en que la mujer tiene la menstruación se considera período prohibido, por lo que dormimos en camas separadas, pero cuando no lo tieneÂ… Pues lo mismo que en Europa. Hacemos el amor como todo el mundo. Lo que no hacemos es ir por la calle de la mano, como puedas ir tú con tu mujer».
¿Y los hombres, pueden ir de la mano por la calle? «Porque ayer, en nuestro hotel- le decimos- vimos a dos». «Serían homosexuales "responde-. Que también hay judíos gay, eh. Sí, ¡muchos! Nosotros los apedreamosÂ… si podemos. Aunque por estos barrios no suelen venir. La homosexualidad está prohibida por la Ley. Es un vicio "suelta como quien dice buenos días-. Aquí, en Israel, hay bastantes homosexuales, y muchos más que han aparecido, ya que la hija del nuevo presidente es lesbiana. El otro día nos provocaron y no veas de qué modoÂ…. No aceptamos ni a los homosexuales, ni a los que adoran ídolos, ni a los que se acuestan con animalesÂ…».
Entre sorbo y sorbo, Simón Salvador - «pues aquí, en vez de Pedro soy Simón "aclara-. He cambiado el nombre, pero no el apellido»-, nos va describiendo las clases de judíos. «Está el que va vestido como yo, que es el ortodoxo; luego está el sionista, que va con una kipa de colores y viste de cualquier manera, sin necesidad de que sea traje; y está el judío normal y corriente, que ni lleva kipa, ni traje negro, y que pasa de todo. Excepto unos pocos no sionistas, todos estamos a favor del Estado de Israel», Simon rechaza que el pueblo israelí quiera imponerse a sus vecinos, los árabes. «¡Qué vamos a querer imponernosÂ…! Pero si sólo somos siete millones rodeados de cientos de millones de árabesÂ…
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