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El período precongresual del Partido Popular se está manifestando mucho más convulso de lo que se podía prever, así lo evidencia la tensión creciente entre Mariano Rajoy y Esperanza Aguirre que estalló el pasado fin de semana.

Frente a los amagos de Aguirre, defensora de las tesis más ultraconservadoras, ha respondido Rajoy destacando su absoluta independencia respecto a los grupos de presión mediáticos a la hora de configurar su estrategia política. En esta especie de juego táctico entre los dos líderes conservadores, la presidenta de los madrileños "que cree que las claves de su victoria en la capital son extrapolables al resto del Estado" ya ha anunciado que renuncia a presentar su candidatura a la dirección del PP.

Todo indica que Mariano Rajoy está tratando de virar hacia el centro el cuerpo ideológico del Partido Popular, consciente de que la radicalidad con la que se manifestó durante la pasada legislatura ya no permite ampliar el apoyo electoral y, por tanto, encarar con garantías de éxito nuevas citas en las urnas. Es razonable la nueva orientación que pretende imprimir el dirigente conservador, incluso sabiendo que se convertirá en el centro de las críticas de los medios de comunicación que, durante los últimos años, han sido los que han impuesto las decisiones y apoyos del PP. Hay que lamentar que este arrebato de independencia que reivindica Rajoy no se materializase en el pasado, en las posiciones respecto al 11-M, los grupos nacionalistas y la reforma de los estatutos.

Es pronto, todavía, para saber si esta agitación precongresual del PP se acabará reflejando en la ideología y estructura de mandos, la actual es una guerra interna que sigue abierta y con un final incierto.