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Ha transcurrido un año desde las pasadas elecciones autonómicas, insulares y municipales que, como consecuencia de los pactos posteriores, desalojaron de todas las instituciones más representativas al Partido Popular. La ajustada derrota de los conservadores en Palma, los consells y el Parlament "quedaron a un escaño de obtener la mayoría absoluta" fue una sorpresa, habida cuenta del importante bagaje de realizaciones con las que encaró el PP la convocatoria electoral.

La vorágine en infraestructuras impulsada por el Govern que presidía Jaume Matas acabó convirtiéndose en un argumento a favor de sus adversarios. A la fiebre constructora de aquellos años, desarrollada por el sector privado, se añadieron numerosas obras públicas: el metro de Palma, las autopistas en Mallorca e Eivissa, el Palma Arena, nuevos hospitales y centros sanitarios, la promesa de un teatro de la ópera en Palma,... Grandes inversiones "algunas de las cuales no respondían a una demanda social previa" que transmitieron una sensación de desmesura y crearon cierto rechazo. El caso más polémico fueron las autovías de Eivissa. El Govern del PP no supo consensuar qué tipo de mejoras debían realizarse en las carreteras de la pitiusa mayor. La consecuencia fueron las movilizaciones anti-autovías y la posterior derrota electoral del PP en Eivissa, que implicó finalmente la pérdida también del Govern.

De modo paralelo, el Partido Popular realizó una agresiva campaña electoral contra quienes habían sido sus socios en el Consell de Mallorca y el Parlament: Unió Mallorquina. Esta actitud, impulsada por el sector más derechista del partido y jaleada por determinados grupos mediáticos, bloqueó la posibilidad de revalidar y ampliar los acuerdos políticos con los nacionalistas de centro. El PP pasó a la oposición, provocando un vuelco sin precedentes en todas las instituciones, que quedaron en manos del centro-izquierda. Se abría una nueva etapa que los ciudadanos juzgarán dentro de tres años.