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EFE/R.L.
El papa Benedicto XVI ha nombrado al jesuita mallorquín Luis Francisco Ladaria, de 64 años, nuevo secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), informó ayer el Vaticano. De esta manera, Ladaria se convierte en el primer jesuita que tiene un encargo de esta categoría y, también, en el español con mayor rango en el Vaticano.

Ladaria sustituye en el cargo al arzobispo salesiano italiano Angelo Amato, que ha sido nombrado por el Pontífice nuevo prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. Además, Ladaria ha sido promovido a la orden episcopal con la dignidad de arzobispo. Su ordenación se celebrará en breve en la basílica de San Pedro.

Profesor
Ladaria nació en Manacor el 19 de abril de 1944. Es profesor de Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde vive desde hace más de 20 años, y secretario de la Comisión Pontificia Teológica Internacional. Desde el 18 de octubre de 1968 es jesuita y sacerdote, desde el 29 de julio de 1973. En la actualidad era secretario de la Comisión Teológica Internacional, de la que empezó a formar parte en 1992. En 1995 fue nombrado consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Es especialista en teología y antropología. Es amigo personal del papa Benedicto XVI, a quien conoció antes de su nombramiento cuando presidía la Comisión Teológica Internacional. En una entrevista publicada en Ultima Hora tras la elección del cardenal Joseph Ratzinger como nuevo Papa, Ladaria le definió como «una persona que combina un gran rigor intelectual, una brillante y profunda preparación teológica con un trato amable, de una gran sencillez y una extraordinaria humanidad». Ladaria también ha sonado como posible cardenal.

El actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la encargada de mantener la ortodoxia de la fe católica, es el cardenal estadounidense William Joseph Levada. Ladaria es uno de los autores del documento aprobado por Benedicto XVI en abril del pasado año con el que la Iglesia Católica eliminó el limbo, el lugar donde la tradición católica colocaba a los niños que morían sin recibir el bautismo, al considerar que refleja una «visión excesivamente restrictiva de la salvación».