Diez meses después, en Europa seguimos con restricciones mientras que China ya ha pasado página. | TINGSHU WANG

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Con motivo del primer aniversario de la aparición del coronavirus, los corresponsales de la prensa extranjera, entre ellos los españoles, han acudido a Wuhan para certificar que la vida ha vuelto a la normalidad. Según ellos, el único indicio de que allí hubo una vez una epidemia es el uso elevado de las mascarillas, pese a no ser ya obligatorias, y los controles en los aeropuertos para los pasajeros del extranjero. Los bares, las discotecas, la enseñanza y la movilidad se han normalizado. Los corresponsales constatan que desde mayo Wuhan vive ajena al virus. Desde septiembre, los vuelos interiores en China operan al 97 por ciento de lo habitual. Beijing, por ejemplo, llevaba meses sin coronavirus, hasta que la semana pasada se detectaron seis casos, una gota en el océano. Mientras el resto del mundo lucha contra la epidemia, China y Wuhan han pasado página.

Cuando uno lee esto en Baleares, en España o en Europa se tiene que quedar inevitablemente traspuesto. ¿Esto es verdad? ¿Hasta los corresponsales españoles mienten? Sólo nos queda el consuelo de decir, con ese aire de superioridad de los que no nos equivocamos nunca, que en China no se respetan las libertades. Sugerimos de esa forma que al Gobierno chino le da igual todo. «Eso no podría ocurrir nunca en una democracia», decimos, para explicar la distancia entre ellos y nosotros.

En China, durante los primeros cinco meses de 2020, el Gobierno hizo y deshizo con una contundencia extrema. Mientras nosotros, en Europa, negábamos que el virus nos fuera a afectar porque teníamos protocolos para todo, ellos eran contundentes. El problema es que en Europa, diez meses después seguimos con severas prohibiciones para viajar, con confinamientos perimetrales; no podemos reunirnos en nuestras casas con más de cinco personas, ni siquiera por Navidad; tenemos los horarios para salir a la calle limitados por el toque de queda como en la guerra, en muchas situaciones debemos presentar un test que hemos de pagar de nuestro bolsillo y hasta hemos bloqueado países, provincias y ciudades enteras. Hace ya diez meses que no tenemos atención médica primaria al uso y seguimos obligados a usar la mascarilla. Encima, el régimen sancionador en vigor desdibuja las diferencias entre la democrática Europa y la China dictatorial.

La única diferencia que veo entre lo que ha ocurrido en China y lo que sucede en Europa es que allí, al menos, sus medidas han servido para recuperar la normalidad. En apenas cinco meses, tras un tratamiento infernal, el país pudo volver a la calle. En cambio, en Europa, diez meses después, ni tenemos salud, ni tenemos economía, ni tenemos libertades. Hemos conseguido lo peor: arruinarnos y encima morir como moscas. La única perspectiva de solución de nuestra crisis ahora mismo es la vacuna.

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A mí hay algo que me llama mucho más la atención que lo anterior: la sociedad europea, nosotros, los medios de comunicación, quienes tienen peso y relevancia, no estamos preguntando a los gobiernos qué está sucediendo, por qué estas diferencias brutales en los resultados. Por qué nosotros, diez meses después, sufriendo restricciones que más o menos se pueden comparar con las que sufrieron los chinos, seguimos ahogados en virus, mientras ellos ya están en la normalidad. Somos una sociedad democrática, pero no nos atrevemos a hacer las preguntas pertinentes, mientras acusamos a los chinos de ser una dictadura. Extraña situación la nuestra, incapaces siquiera de preguntar a nuestros líderes por qué han (hemos) fallado.

Tan convencidos parecemos estar de nuestra superioridad, que nos permitimos el lujo de no mirar a los demás. Porque la diferencia no sólo es a favor de China. Ahí está Tailandia y Vietnam: en ninguno de los dos casos prácticamente tienen virus. En Tailandia, con 65 millones de habitantes, han tenido 4.261 infecciones y 60 muertes. Es cierto que han cerrado el país a cal y canto, pero han salvado a su población. Nosotros, al final, también hemos cerrado Europa, pero tenemos centenares de miles de muertos. Vietnam, con 97 millones de habitantes, supera a Tailandia con apenas 1.405 contagios y 35 muertes.

Podríamos no ir tan lejos: Noruega o Finlandia han sido igualmente contundentes en el cierre de sus fronteras, pero han conseguido resultados: menos de mil muertes desde el inicio de la pandemia, sumando a los dos países.

Las medidas aplicadas en todos estos países tienen en común la existencia de un fuerte liderazgo y claridad de objetivos. En España, que no se ha diferenciado de Europa, primero nos centramos en preservar la salud, después en la economía; al principio con mando único, después con diecisiete; ora abrimos fronteras ora las cerramos; un tiempo con guantes, después con mascarilla; primero a metro y medio, después aislados; un tiempo confinados, después sin fumar.

Los europeos, cuando dejemos de mirarnos a nosotros mismos, podremos comprender que algo está fallando con nuestros gestores, con nuestra capacidad para abordar problemas complejos, incluso con nuestro debate público. Me da que el virus no ha hecho más que subrayar una carencia evidente en nuestro continente: estamos en decadencia. Y España, probablemente, sea la hipérbole de esta situación.