Jordi Solé durante su visita a Palma. | Pilar Pellicer

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Jordi Solé (Caldes de Montbui, 1976) es eurodiputado por ERC y responsable de política internacional del partido catalán.

¿Por qué visita Baleares?
— Nos reuniremos con gente de ERC y Més porque para nosotros es muy importante trasladar al territorio el trabajo que hacemos en Europa. Existe la idea de que los eurodiputados estamos lejos, y físicamente es cierto, pero somos muy accesibles. Entendemos que desplazarnos es una manera de acercar la institución.

El Parlamento Europeo investigará, a propuesta de Vox y el PP, los abusos sexuales a menores tuteladas por el Consell de Mallorca. ¿Cómo se ve esta cuestión en Bruselas?
— En la Unión Europea, incluida la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo, no gustaría constatar que alguien estuviese sacando rédito político de una situación tan dramática. Las instituciones baleares tendrán una oportunidad excelente para explicar qué han hecho para gestionar la situación. Lamentablemente, Balears no es el único sitio donde ha habido estas prácticas tan condenables. Diferentes grupos nos hemos quejado sobre cómo se está gestionando políticamente la presidencia de la Comisión de Peticiones por parte de la eurodiputada del PP Dolors Montserrat. Es una clara instrumentalización política. Miembros de la comisión me han dicho que nunca se había visto una utilización tan abiertamente partidista de la institución.

El año pasado llegaron a Baleares 161 pateras con 2.392 migrantes. ¿Europa lo tiene en cuenta?
— La migración y los refugiados ocupan un lugar importante en los debates y preocupaciones de las instituciones europeas. Hará dos años que la comisión presentó un pacto sobre cómo se debe de gestionar este fenómeno tan complejo que genera reacciones contrapuestas, algunas excesivamente negativas. Los grupos todavía no se han puesto de acuerdo porque hay estados que no quieren dejar entrar a nadie. La migración es algo que siempre existirá y debemos gestionarla de manera razonable, respetando los derechos de las personas que quieren mejorar sus vidas en Europa. También hay que ver cómo regular los flujos para que las llegadas sean lo más ordenadas posibles.

¿El conflicto en Ucrania puede convertir la península Ibérica en un centro logístico que abastezca Europa de gas del Magreb?
— A corto plazo ésta es la apuesta y la entiendo, pero mirando al futuro reclamo un modelo europeo de producción energética que sea descentralizado y renovable para evitar estar en manos de actores que usen la energía como moneda de cambio. El conflicto en Ucrania pone de manifiesto la vulnerabilidad geopolítica del uso de energías fósiles. Esto debería de hacer espabilar a la Unión Europea para acelerar la transición energética. Si nos desconectamos del gas ruso para no depender de un actor agresivo como Putin, pero pensamos en conexiones que nos harán depender de otros países, como Marruecos, cambiaremos una dependencia energética sucia por otra limpia.

El autoritarismo nacionalista avanza. ¿Todavía es posible una Europa de los pueblos alejada de estos planteamientos?
— Europa debe de ser más fuerte, o sea, federal y una comunidad política de estados y pueblos diversos. Hoy en día esto no es mayoritario porque la UE se basa mucho en los estados, algunos de los cuales tienen una visión del siglo XIX sobre qué debe de ser un estado y una identidad nacional. Nosotros creemos que las identidades son complementarias y que uno se puede sentir europeo, español, catalán o mallorquín. El problema es cuando las identidades se usan para confrontar o justificar un repliegue identitario. Está pasando y pone en peligro el proyecto de construcción europea, basado en una visión abierta y cívica de la diversidad nacional. Algo contrario a los discursos que vemos en Hungría y Polonia, que son un intento de debilitar la UE desde dentro. La amenaza de Vox, que organizó en Madrid un encuentro de políticos iliberales, genera mucha alarma en las instituciones europeas.