«Cuando llegamos a Mallorca me pareció que estábamos en otro planeta. Esta Isla es muy diferente a lo que dejé atrás. Ha sido difícil adaptarnos. Los primeros días tenía miedo del sonido de los aviones. Pensaba que iban a bombardearnos otra vez. Y aquí aterrizan constantemente», confiesa Lilia con la ayuda del traductor. En un lapso de dos meses ha tenido que huir precipitadamente de Ucrania y se ha visto obligada a empezar de cero en Mallorca.
Hace unos días ha participado en una excursión para conocer todos los secretos del casc antic de Palma, gracias a la red de voluntarios que han entretejido las asociaciones de vecinos de los barrios de Son Dameto y Sant Jaume. Ambas entidades aúnan esfuerzos para ayudar a los más de 700 refugiados ucranianos que ahora residen en Balears a integrarse en su nuevo hogar.
Conocer Palma
«Lo que más les preocupa es no saber nada de los familiares que han dejado atrás. No tener noticias y vivir en una ciudad donde todo es nuevo y en la que ni siquiera saben cómo moverse porque no entienden el idioma les cuesta mucho», explica Francisco Bonnín, presidente de asociación de vecinos de Son Dameto. Hace un mes decidieron poner en marcha toda una serie de actividades dirigidas a que conozcan Mallorca, sus costumbres y tradiciones. Por ejemplo, una de las más exitosas fue un paseo por el mercado del Olivar, donde conocieron la gastronomía mallorquina y aprendieron a pedir en español productos para poder hacer la cesta de la compra de forma independiente. Sin olvidar otras, como la visita a Natura Park, que tenía como objetivo sacar la sonrisa de los más pequeños.
Olaha Bort también llegó hace solo dos meses desde Ucrania, junto a sus hijos Katya, de 14 años, e Iván, de 7. «El 24 de febrero nos despertamos con el sonido de las bombas. No sabíamos qué ocurría. Encendimos la televisión, pero hasta las seis no confirmaron que había comenzado la guerra. Fue horrible», cuenta aún emocionada. Tras cinco días en un refugio bajo tierra en casa de su vecino, huyeron de Brovary, su ciudad natal. Lo dejaron todo atrás: familia, casa, recuerdos... incluso a su marido. Llegaron en autobús hasta Viena y, una vez allí, gracias a una amiga, acabaron en Mallorca. Hasta dentro de dos o tres años no se plantea volver a Ucrania: «El país está destrozado», dice.
Ahora le invade la incertidumbre. «No sé qué hacer cuando en octubre acabe el programa de la Cruz Roja. No tengo trabajo. No tengo nada. No sé qué pasará con nosotros», confesaba mirando de reojo a sus dos pequeños. Katya, la mayor, quiere ser arquitecta. Ha retomado las clases en el IES La Ribera y asegura, orgullosa que, pese a la dificultad del idioma, «las mates se me siguen dando muy bien».
Otra de las acciones en la que más hace hincapié la asociación de Son Dameto son las clases de español para los exiliados ucranianos, que organizan con la ayuda de la parroquia de San Pablo. «Nos ceden el espacio para dar las clases. Ya contamos con una serie de voluntarios que dan clases todas las tardes. La acogida ha sido espectacular», apunta Francisco Bonnín. «Estamos muy agradecidos a la gente de Mallorca. Nos han acogido con los brazos abiertos en el momento más difícil de nuestra vida», se despidió Olaha, con la mano en el corazón.
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