Lydia Torres vive en Palma con su marido y sus dos hijas. Compró su piso en 2009, con la crisis financiera asediando los bolsillos de todo el mundo. Tardó un año, pero encontró un piso amplio, céntrico y que pertenecía a un banco. Una vivienda al alcance de su bolsillo. Firmó una hipoteca variable a 40 años con su entidad bancaria a un precio mensual razonable. Se veía afortunada. Han pasado 13 años, ha tenidos dos hijas y tiene un sueldo similar al de esa época, poco más de 1.000 euros rascados. Con el sueldo de autónomo de su marido han ido tirando hasta ahora, sin lujos, pero un techo propio sobre sus cabezas.
Esta joven de 38 años es una de los 4 millones de españoles que tienen contratadas una hipoteca de tipo variable en España. La escalada del Euríbor, el indicador de referencia para fijar el interés que pagamos por una hipoteca, ha puesto contra las cuerdas a muchas personas, preocupadas por cuánto van a tener que pagar de más en su cuota de la hipoteca. Este indicador ha pasado de valores negativos el año pasado, a cerrar septiembre por encima del 2.2 por ciento. Para muchas familias va a ser un auténtico drama llegar a fin de mes.
«He pasado de pagar 440 euros a 620 en 30 días. Nos hemos acostumbrado a recortar en todo. Pero ahora la pregunta que me hago es de dónde puedo ajustar nuestros gastos. No bebo y casi no salimos; las niñas van a un colegio público; si queremos ir al cine, los domingos por la mañana, que es mucho más barato. Nuestro único lujo era viajar, y con la pandemia esa opción dejó de serlo», apunta Lydia, al tiempo que recuerda que usa los electrodomésticos durante las tres horas gratis que tiene fijadas con su eléctrica: «En esos preciosos 180 minutos pongo lavadoras, la secadora y el lavavajillas. Y este invierno pondré la calefacción en esas horas exactas. El dinero que entra en casa da para lo que da», se lamenta Lydia.
En este sentido, Torres señala que van a intentar que sus hijas no noten los cambios: «He aparcado el coche, y eso que elegimos un híbrido para ahorrar en gasolina, y ahora me desplazo en patinete. Cambiaremos la Nocilla por una marca blanca y las zapatillas nuevas este año no serán Nike. Pero la mayor va a un taller de teatro y la pequeña, que tiene una discapacidad, necesita sus terapias; algunas las paga la Seguridad Social, pero las privadas, como la equinoterapia, que le beneficia mucho, corren de nuestros sueldos. Ahí sí que no vamos a recortar».
¿Qué sucederá los próximos meses? Es una incógnita. «No lo sé. Intento pensar que hay gente que lo pasa mucho peor que nosotros, y no tengo derecho a quejarme».