Taoufik Aknin, posa en la entrada de Es Refugi, su hogar estos últimos dos meses debido a su situación de vulnerabilidad. | miquel angel canellas serra

TW

La ruta por el Estrecho entre Marruecos y España la resume Taoufik Aknin como un lugar solitario, inhóspito y en el que solo se escucha el silencio. A veces se ven ballenas, pero el camino para la libertad comienza con una panorámica de pateras semihundidas que anuncian la muerte. «Dentro del mar, no sabes dónde estás. Tienes que conocerlo», cuenta el joven, de 27 años, procedente de la ciudad de Tetuán (Marruecos), que ha conseguido cruzar el canal en kayak.

Taoufik no veía futuro en su país, como muchos otros jóvenes. Trabajó como marinero pero no le pagaban o le pagaban, a veces, mal. Dice que esta práctica es muy común en la mayoría de las empresas del país. Un día, tomó la decisión de marcharse. Había ahorrado un poco de dinero.

Antes de abandonar su casa, se quitó el collar de plata con el nombre de su madre, Malika. «Lo dejé en la casa porque sabía que iba a morir y no quería perderlo». El joven explica que muchas familias marroquíes preparan el funeral de sus hijos a los tres días desde su salida por mar porque lo normal es pensar que no sobrevivirán. Pasados los tres días, con la ceremonia casi en marcha, el joven se comunicó con ellos para avisarles de que estaba vivo. «La ruta ha sido muy dura, pero era jugarme la vida, morir, o estar en Marruecos sin hacer nada». Tenía 24 años cuando salió el 11 de noviembre de 2018 a las 22.00 horas, recuerda con ciertas dudas.

Durante la travesía, en 2018, Taoufik se hizo un selfi que luego compartió con sus amigos y familias. Había sobrevivido al duro camino y guarda la fotografía para el recuerdo.

«Las corrientes por la noche son más favorables, por eso se suele salir con la luna», explica Taoufik. Durante las primeras horas, se estaba alejando de la costa a gran velocidad. Pero el miedo comenzaría desde la madrugada. Avistó una ballena muy cerca de él. «Su cola se movía fuerte, pensé que volcaría». Luego le acompañaron delfines hasta que la niebla empañó su visión por completo.

Todo era blanco y se escuchaba el sonido de los enormes barcos. Tenía que recular y buscar otra ruta para llegar a España porque esa era peligrosa. A las 24 horas llegó a tierra deshidratado. Los años siguientes los pasaría entre Sevilla, Almería y Valencia. A Mallorca llegó hace un año y medio. Su primer trabajo fue en una construcción en Inca, hasta que perdió el trabajo y estos meses ha entrado en primera acogida en Es Refugi.

Ha empezado a estudiar soldadura y castellano. «Toda la gente quiere ser rica y yo voy a ser como quiera Dios. Un día estaré en la calle y otro en la casa. Yo, al final, solo pienso en seguir mi camino y tengo presente que si ves todo de forma positiva, todo se arreglará», reflexiona.