Margalida Mora, durante el encuentro con Última Hora. | Pilar Pellicer

TW
8

Tras más de 30 años como voluntaria en Projecte Home, la farmacéutica Margalida Mora (Palma, 1950) afirma que «cada día disfruto más de venir». En esta entrevista en la que es ya su segunda casa, Mora repasa una parte de su historia personal que es también la de la entidad de referencia en Mallorca en atención a las personas con algún tipo de adicción.

¿Cómo empezó a colaborar con Projecte Home?
—Una prima mía era terapeuta y de vez en cuando me decía ‘Margalida, ven, que te gustará mucho’ . Yo había tenido bastantes robos en la farmacia por parte de toxicómanos ya que mi farmacia es la más cercana a Son Banya y tenía un poco de conflicto para decidirme, tenía miedo de ellos. No tenía ganas de venir, pero me insistió un par de veces, cosa de la que le estoy muy agradecida, porque un día al final le dije: ‘Bien, lo probaré’ y desde entonces no lo he dejado. Esto era el año 1989.

¿Cómo ha cambiado la organización en estos años?
—Es muy diferente. Antes era más exigente, incluso para los voluntarios. Yo empecé dando clases y ayudábamos a los usuarios a sacarse el graduado escolar, cosa que era fantástico. Me ofrecieron estar con las familias pero a mí lo que me gusta es estar con los usuarios. Un alumno que me conocía de venir a comprar jeringuillas a la farmacia me dijo un día: ‘Tú que tienes una farmacia nos podrías traer unos chicles’. Les llevé un paquete a cada uno y se lo comenté a un terapeuta y me preguntó: ‘¿Se lo han ganado?’ ¡Y yo que sabía si se lo habían ganado! Entonces pensé que esto no lo tenía que volver a hacer. En cambio hoy traes helado una noche y no pasa nada. Antes era más estricto pero ahora se pueden ir a casa los fines de semana y eso implica que tienen que volver, que es otro tipo de esfuerzo. Se ha ido adaptando al tiempo.

¿Qué ha aprendido en sus más de 30 años de experiencia aquí?
—Me ha enseñado a relativizar las cosas, a ver que mis problemas no son tan importantes, ni mucho menos, y a aceptar las cosas como vienen. Me ha mejorado mucho, sí. Una cosa que me gusta es que no he dejado de sorprenderme: muchas veces para bien y alguna para mal. Aquí estoy muy feliz.

El día que le llamé para concertar esta entrevista me dijo que cada día disfruta más de venir.
—Es verdad. Y no me canso. Con 73 años ir a dormir a otro sitio una vez por semana... Desde 2001 me quedo a dormir. Hablo con ellos y a veces me cuentan cosas que no han dicho a nadie y otras no tienen ‘xerrera’. Son muchas historias. Suceden cosas muy bonitas. Un día un hombre vino a la farmacia y me dijo: ‘Hoy hace 25 años que no consumo nada’. Cosas así son un regalo. Antes los ‘yonkis’ me daban mucho miedo, me estresaban mucho. Hoy los veo como personas que tienen un problema y necesitan ayuda. Al ser una farmacia cercana a Son Banya venía mucha gente a comprar jeringuillas y poco a poco a algunos les hacía un trato que no les gustaba porque, aunque les trataba como personas, no les gustaba que a veces les hiciera un sermón y a veces lloraba y otras llorábamos los dos. Cenando me decían: ‘Es que nos sueltas cada una…’ . Ahora vienen pocos, aunque hay alguno que vuelve porque tiene ganas del sermón.

¿Qué es lo más importante para ayudar a alguien con este tipo de problemas?
—Tratarlos como personas. La gente queda admirada con esto. Por ejemplo, hace tiempo una mujer del grupo que no había hablado casi nunca me contó un problema con el hermano. Dos meses después, estábamos en la mesa y le pregunté por el tema y ella me contestó: ‘¿O te acuerdas de esto?’ Cosas así les ayudan mucho por que se sienten valorados y que es importante lo que te cuentan.

¿Cómo se construye un vínculo sin que las posibles mentiras, recaídas o decepciones le acaben afectando personalmente?
—Tuve un muy buen consejo en este sentido al principio. Cuando llevaba un mes y medio dando clases uno de mis alumnos abandonó. Me supo muy mal. Hablé con una terapeuta y me dijo: ‘Margalida, si vols venir per ‘abandonos’ no t’has de posar pedres al fetge’. Es verdad porque si no no puedes venir. Debes pensar en las cosas buenas que has logrado: las altas o la gente que consigue recuperar su vida.

¿Cuál ha sido la historia personal que más le ha marcado?
—Una que me llegó al alma fue con una persona que ha fallecido que fue de mi primera tanda de alumnos. Era muy gracioso. Un día mientras hacíamos un descanso dejé el bolso un poco descuidado y me dijo: ‘Margalida, no lo tienes que dejar porque si se nos cruzan los cables te lo quitaremos’. Después abandonó y un día, tiempo después, me lo encontré en la plaça de Pere Garau. Era adicto a la heroína. Lo fui a saludar y él hizo como si no me hubiese visto. Tiempo después volvió a Projecte y le dije que lo había visto hacía unos tres años y me contestó: ‘Sí, pero como iba muy mal no te quise saludar’. Me había reconocido y se acordaba. Pues esta persona acabó el programa y murió bien.

¿Hasta cuándo vendrá por aquí?
—Mientras pueda. Espero estar en condiciones de venir muchos años más. De momento estoy bien. No me canso de venir, de estar con ellos. La verdad es que es una experiencia muy bonita.