Imagen de Jaume Salvà generada por Dall-E y Photoshop.

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La irrupción de la Inteligencia Artificial en la vida cotidiana, a través de sistemas tan accesibles como ChatGPT, ha generado pavor en todos los sectores por la posibilidad de que sustituya a los humanos, acabando con miles de puestos de trabajo. En el caso de la educación, sin embargo, cada vez son más lo que defienden que, si se emplea bien, puede usarse como una herramienta para mejorar el aprendizaje. La IA, por tanto, ¿puede ser la mejor aliada de los docentes? Dos profesores mallorquines, Miquel Flexas, director del Observatorio Internacional de Inteligencia Artificial en la Educación, y Jaume Salvà, miembro destacado del equipo, están convencidos de que sí.

«Si continuamos haciendo como que no existe nos pasará como con Internet, pero todavía peor. La pillería de los alumnos nos superará; si una actividad la pueden hacer con la IA, significa que está mal planteada. Por eso, hay que elaborar los ejercicios sabiendo que la utilizarán», afirma Salvà, que es director del IES Josep Maria Llompart de Palma y en la web mestria.org comparte consejos y material para que los docentes usen ChatGPT en sus clase. «Con la IA queda clarísimo que la importancia del humano, sea profesor, alumno o periodista, es vital. Quien dirige la conversación somos nosotros, el sistema solo responde, y esto implica que incluso si lo usan para copiar deben ser activos en la tarea y elaborar preguntas sofisticadas, mucho más que cuando calcan los ejercicios de inglés del compañero una hora antes de la clase», señala el profesor, que imparte Historia de España en 2º de Bachillerato y es formador de IA en el Centre de Professorat de Palma y en el Centre de Formació, Innovació i Recerca de les Direccions Escolars.

«Nos hemos formado a base de ir probando en casa; eso es lo revolucionario, que no se necesitan conocimientos informáticos para exprimir el potencial del ChatGPT», dice Salvà, que usa la versión de pago, pero su material se adapta a la gratuita. Por ejemplo, ya ha generado un modelo para directores de Balears que permite consultar toda la normativa educativa autonómica y estatal, lo que ahorra mucho tiempo para resolver dudas.

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Ejemplos prácticos

Jaume Salvà ya usa la IA a la hora de diseñar las actividades en el aula. Para enseñarles el periodo histórico de Alfonso XIII, por ejemplo, ha dado instrucciones al ChatGPT para que responda a sus alumnos según una serie de personajes de ese momento. Los estudiantes preparan una entrevista, que requiere una investigación documental previa para sacar el jugo. «Lo que corregiré es la calidad de sus preguntas, la capacidad que tengan de improvisar y sacar lo mejor de Emilia Pardo Bazán, por ejemplo», explica, y asegura que los alumnos están muy motivados y se lo han tomado en serio.

Otro caso que ya ha trabajado: pide a la IA que genere un comentario de texto y, a partir de aquí, los estudiantes tienen que comprobar si todo es correcto, lo que les obliga a contrastar con Wikipedia y libros. «La IA se equivoca muy a menudo; con este sistema, además, yo puedo consultar el diálogo que tienen con la máquina, por lo que no pueden hacer trampas», apunta, y añade: «La IA dificulta más que copien si el profesor sabe cómo usarla».

Miquel Flexas, además de liderar el observatorio educativo de IA, también es profesor de ciencias de 3º y 4º de ESO en el colegio concertado El Temple de Palma. «Soy cauteloso al usar esta tecnología por la privacidad de los datos; no se debe obligar a las familias a que sus hijos tengan que tener una cuenta y no veo que la IA sea necesaria para menores de 13 años, hasta esa edad deben desarrollar otras habilidades», defiende el docente, que programó un modelo de asistente personal para que les responda dudas sobre ejercicios cuando están fuera de la escuela. «Puedo ver qué le piden y adelantarme a ellos para mejorar las respuestas que les dé», destaca.

Flexas también recurre a las entrevistas para que aprendan sobre física atómica y la creación de imágenes con IA le ha permitido estudiar cómo estudiar la colonización de un planeta. «Para saber dónde se podría poner la base en función de las placas tectónicas y la geografía del territorio, que aprovechamos para estudiar, generaron fotografías de este mundo inexistente; el producto final es mucho más elaborado y atractivo».