Primeros momentos tras los atentados. | Efe

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En 2004 todavía nos comunicábamos por SMS. «Estàs bé?», rezaba el que me despertaba a mí ese 11 de marzo en Madrid. Era de mi hermana, siempre enchufada a la radio. Calculo que serían las 8.30. «Sí, per?». El suyo fue el primero de cientos de mensajes, sin exagerar. Me escribieron personas con las que podría no haber hablado nunca y a todas ellas se lo agradezco. Quizás saber cómo estábamos los de allí era la reacción lógica de la gente al ver las primeras imágenes del peor atentado terrorista de la historia de España. 13 bombas. 192 fallecidos.

Aunque nada de eso se sabía cuando empezaron a sonar las sirenas. Fue constante. Sabíamos que todas las del centro se dirigían a Atocha. Apenas se oía nada más. Es una de las secuelas que arrastramos varios días: el horror y el silencio detrás de cada sirena.

Ese día había huelga de profesores asociados en las universidades de la Comunidad de Madrid y, por suerte, no hubo clase. La recomendación de las primeras horas era no coger el metro ni acercarse a las zonas afectadas. Pero uno no sabe muy bien qué hacer, si la intención es hacer algo útil. Recuerdo las imágenes de los vecinos de la estación central tirando mantas desde sus balcones. Yo vivía en Chamberí, así que nuestra única opción era ir hasta la Puerta del Sol a donar sangre. Pero las ganas de sumar eran generalizadas. Muchos tuvieron la misma idea, así que al llegar ya no necesitaban más unidades.

En 2004 estudiaba cuatro de Periodismo. Y ahora sé que lo mejor que te puede pasar en esta profesión cuando algo así sucede es que te llamen para trabajar. Por suerte lo hicieron. Mi 11M pasó por líneas de metro vacías, un Gregorio Marañón desolado con hojas de listas actualizadas de víctimas y la búsqueda de otros mallorquines que quisieran compartir cómo se sentían.

Pero a nivel nacional en esa fecha señalada, hubo dos vías informativas muy diferentes: por una lado la de las víctimas anónimas de la España que madruga; por el otro, el de la estrategia política previa a unas elecciones nacionales en las que dejaron de importar las víctimas para convencer al público del relato.

Madrid, como imagino que el resto del Estado, vio con estupor las horas siguientes a los atentados. Era fácil imaginar que de ser ETA, el PP de Aznar, con Mariano Rajoy de candidato, ganaría las elecciones; pero si era Al Qaeda, un año después de la macromanifestación del ‘No a la Guerra’ contra la invasión de Irak y la foto de las Azores, no había oportunidad. Queda para la historia el intento de manipulación del Gobierno. Como queda también la de miles de manifestantes que terminaron por acusarles de mentir, de retrasar la información sobre la autoría de la peor masacre de la historia reciente. De priorizar la política a la humanidad.

Al 11M le siguieron días convulsos. Salimos al balcón con cada cacerolada. Retiramos sábanas con escritos de protesta que molestaron a la comunidad de vecinos. Estuvimos en la calle. Al teléfono. Pendientes de las urnas. Olvidándonos demasiado rápido del dolor de la zona cero, de los llantos en la morgue de Ifema...