Daniela Hellmann y Martin Frank. | Pilar Lozano

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Cuando nació el turismo en Mallorca en los años 50, también fue la hora cero para los hoteles, que se construyeron a un ritmo vertiginoso. El Hotel Bella Colina de Peguera, uno de los primeros edificios turísticos de la localidad, es una reliquia de aquella época. Tras su apogeo, permaneció vacío durante diez largos años. Pero el propietario mallorquín no lo puso en el mercado inmobiliario. Quería que su bien cuidado establecimiento estuviera en buenas manos.

Su momento llegó cuando un estudiante alemán de administración de empresas enamorado de Mallorca y de la industria hotelera local - Martin Frank - y una antigua compañera, Daniela Hellmann,   echaron el ojo a la antigua joya. Frank, actual director gerente, recuerda bien aquel Bella Colina original: «Era el único hotel cerrado. Nos colamos por el complejo, miramos por encima de la valla e inmediatamente nos dimos cuenta de su potencial». 36 habitaciones, una arquitectura impresionante y una buena ubicación: encarnaba todo lo que ambos habían buscado siempre en la isla.

Rápidamente surgió el deseo de devolver al hotel su antiguo esplendor y llenarlo de vida, como deseaba el antiguo propietario, que, no obstante, tardó tres años, en aceptar la operación.

Fue como retroceder en el tiempo: «Quitamos las fundas del mobiliario y descubrimos verdaderas joyas», recuerda Frank. Y surgió la idea del hotel vintage, añade Hellmann, «a los huéspedes les gusta».    Esta descripción del hotel en los portales de reservas en línea atrae mágicamente sobre todo a visitantes estadounidenses, pero alemanes, holandeses y escandinavos también aprecian el estilo especial del Bella Colina.   

La reforma fue realizada con cariño una mano a mano entre Martin Frank y Daniela Hellmann con la colaboración de dos amigos mallorquines.

Los clientes aprecian la singularidad del hotel y el trato que reciben.    «Nuestros huéspedes buscan estar lejos de enormes edificios de camas y aspiran a recibir una atención personalizada», explican los propietarios, que simpatizan incluso con las manifestaciones por un cambio de modelo turístico. «Entendemos a    los mallorquines, que ven que la isla ha llegado al límite, todo debe ser moderado, eso facilitará la convivencia entre turistas y residentes».