Imagen de un taller de costura en el Centro Ocupacional Sa Riera. | M. À. Cañellas

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Meri Félix lleva dos años acudiendo a diario al Centro Ocupacional Sa Riera, llueve o truene. Le hace inmensamente feliz. «Parezco otra persona», recalca. Hace un par de años le diagnosticaron un trastorno límite de la personalidad tras pasar una crisis muy dura que la dejó postrada en la cama, tomaba somníferos como si fuesen gominolas, se negaba a salir a la calle y se practicaba cortes y quemaduras a escondidas «para no pensar en otras cosas», confiesa esta mujer, que sufría depresión crónica y un trastorno alimentario desde joven.

Fue un diagnóstico tardío, uno de los grandes problemas para los pacientes con un trastorno de este tipo. «Durante años ningún médico me ayudó, nadie ponía nombre a lo que me sucedía. Y eso que mi madre fue una mujer depresiva. Un doctor me llegó a decir que mi problema es que 'era una yonqui de las pastillas'», recuerda con pesar esta sollerica.

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Meri Félix, usuaria del centro ocupacional Sa Riera. FOTO: M.A. CAÑELLAS

Ahora vive con sus hijas, su gran apoyo, las que evitaron que se quitara la vida en varias ocasiones; aprenden poco a poco a ejercer el papel que se intercambiaron durante mucho tiempo, ella es la madre, ellas las hijas, y no al revés; y acude a este centro porque, apostilla, «me da seguridad, logro tener unas rutinas y dar un control a mi vida. A veces tengo bajones, pero estoy centrada».

Como cada día, el Centro Ocupacional Sa Riera, que abrió sus puertas por primera vez en febrero de 2017, es un hervidero desde bien entrada la mañana. Estamos en octubre, pero la recepción está repleta de cajas y más cajas. Por una abertura se descuelga un espumillón de navidad y al suelo caen restos de musgo artificial. Puede sonar extraño, pero lo usuarios de este centro, destinado a personas con diagnóstico de salud mental, han comenzado a preparar ya el belén de Navidad.

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Guadalupe Basilio, terapeuta ocupacional y responsable del servicio, apunta con sorna «si el ayuntamiento ya está colocando las luces de Navidad por las calles de Palma, nosotros podemos empezar a montar la decoración también», al tiempo que Meri Félix advierte que «es un belén muy grande, con sus montañas y todo. Pero a mí no me gusta hacerlo, prefiero participar en otras actividades», explica.

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Imagen de la clase de costura.

Así se reparten los 45 usuarios que tiene en la actualidad este centro de día, dependiente de la Conselleria de Famílies i Afers Socials, todos con un diagnóstico de salud mental. La edad media es de 48 años. Hay un usuario con la mayoría de edad cumplida, mientras que el más mayor llega a los 65 años. Algunos participan en el taller de costura, otros se enfrentan al difícil reto de organizar un nacimiento aún más grande que el de las Navidades pasadas; hay clases para hacer jabones; usuarios como Meri, a la que le encanta escribir poesía, han puesto en marcha El Noticiero de Sa Riera, un periódico mensual para contar el día a día en el centro y desarrollar sus habilidades; el día de las Verges se organizará una buñolada cocinada por residentes; salidas culturales... «Nuestro objetivo es crea comunidad, evitar el aislamiento en el que caen muchas veces este tipo de pacientes, en definitiva, ofrecerles un espacio seguro», enumera la responsable del centro.

Patricia Forteza es otra usuaria del centro de día. Es toda una veterana, de las primeras usuarias de este espacio. Hace 25 años, cuando dio a luz a su segundo hijo, le diagnosticaron un trastorno esquizoafectivo. Por entonces estaba casada y trabajaba en una cadena de supermercados. Llevaba una vida normal, pero el diagnóstico le cambió la vida. Pasó de llorar sin motivo a no poder levantarse de la cama. Siete años después estaba divorciada, sus hijos pasaron a vivir con familiares paternos porque ella no era capaz de cuidarlos, ahora los ve una vez por semana; su hermana es ahora su tutora, ya que sus padres habían fallecido jóvenes, los dos de cáncer, en poco tiempo.

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Patricia Forteza, diagnosticada con un trastorno esquizoafectivo.

Gracias a su hermana entró en este centro de día. «Estoy más entretenida, no me paso el día enganchada a la televisión, que no es bueno. Lo que más me gusta es trabajar en el jardín, regar las plantas. Quizá porque me recuerda a mi madre, que le encantaban las flores», explica. ¿Pero por qué Sa Riera es un espacio seguro? «Somos personas con una enfermedad que la gente conoce o entiende poco», dice Patricia, mientras que su compañera Meri finaliza apuntando «no nos gusta que no estigmaticen, que vayas por la calle y que gente que te conoce oídas diga por lo bajini 'ahí va la loca'. Somos personas».