Alrededor de un millar de amigos, vecinos y familiares han despedido al ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo en Ribadeo (Lugo), localidad en la que el político pasó su juventud y acudió con regularidad a disfrutar de los veranos y del tiempo libre a pesar de que no era su lugar de nacimiento.
Este gallego de «sentimiento y vocación», como lo definió el presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, acudía todos los veranos al lugar en el que cursó estudios de bachillerato y en el que en compañía de sus amigos comenzó a navegar en la ría de Ribadeo, entre Galicia y Asturias.
Según comentó una de sus vecinas, Benigna Torviso, cuyos hijos compartieron juegos con al menos los tres primeros hijos del ex presidente y su esposa, Pilar, «Leopoldo era una persona excelente. A menudo prescindía de sus escoltas para ir a navegar. Le gustaba ir a su aire. Ya no hay políticos como él», se lamentaba al salir de la capilla ardiente instalada en el ayuntamiento lucense.
Como Benigna, entre cuatrocientas y quinientas personas acudieron a presentar sus respetos y a dar su último adiós al ex presidente.
Algunas de ellas aguantaron sin comer el retraso de la comitiva oficial, ya que en un principio estaba previsto que la capilla ardiente quedase instalada a las 13'30 horas y no se hizo hasta las 15'15 horas, pero aseguraron que valió la pena para despedirse de una «persona adorable, que ganaba en las distancias cortas», reconoce Manuel, otro vecinos.
De la comitiva, recibida con aplausos y los acordes del Réquiem de Mozart, se bajaron su esposa Pilar, sus hijos, sus nietos y otros familiares, entre ellos su sobrina Mercedes Cabrera, ministra de Educación.
La música fue una constante en la vida de Calvo Sotelo, a quien sus amigos consideraban un melómano, como lo prueban su afición al piano, un instrumento que tocaba siempre que podía, y su nombramiento como miembro de honor de la banda municipal de Ribadeo.
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