Imágenes de televisores retransmitiendo el debate. | ELOY ALONSO

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Aunque tenía todos los ingredientes para convertirse en el combate del siglo -electoralmente hablando-, el debate a cuatro entre Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera ha sido casi una mera tertulia política más. Eso sí, con tertulianos muy diestros.

Con los candidatos centrados más en no cometer errores que en otra cosa, con escasas propuestas constructivas y con varios enganchones verbales, las dos horas y cuarto de debate han servido para confirmar la polarización de la campaña, que Rivera y Sánchez han tratado de romper.

Iban todos con pies de plomo, es cierto, aunque tampoco debería extrañar demasiado esa postura. Ya se habían encargado sus equipos de campaña de desinflar las espectativas estos días pasados.

Tal y como dicen los expertos, los debates no se ganan, sólo se pierden. Y ningún candidato ha estado dispuesto a arriesgar, ni siquiera Sánchez, que, a tenor de las encuestas, era quien más o mejor podía aprovechar esta especie de campaña electoral condensada para tratar de ganar votos.

En términos taurinos, si el equipo de Sánchez le había aconsejado que no entrara a matar, como sí hizo en el cara a cara con Rajoy de diciembre, cuando dijo que era un presidente indecente, podría decirse que hoy el líder socialista se ha quedado a veces fuera de cacho. Incluso, el debate empezó con retraso porque él llegó tarde a la foto «de familia».

A piñón fijo, en cada una de sus intervenciones Sánchez ha echado en cara al PP y Podemos la «pinza» que hubiera evitado elecciones el 26J si le hubieran apoyado como presidente.

Y, ante las carantoñas que le dedicaba Iglesias, que no dejaba pasar ocasión de cortejarle para gobernar juntos si dan las matemáticas, se ha revuelto diciéndole que antes de seguir tendiéndole la mano soltara primero la de Rajoy.

Un Rivera más natural y menos nervioso que en diciembre ha hecho caso de las recomendaciones de sus asesores y ha querido hacer intervenciones propositivas, pero también marcar territorio, y no ha dudado en arremeter contra Rajoy por los supuestos casos de corrupción ni contra Iglesias por sus relaciones con Venezuela.

Devolvía así el ataque previo de Iglesias cuando le ha desdeñado como rival diciendo que era un calco del PP y que él prefería al original como rival.

Precisamente sus acusaciones sobre la financiación de Podemos han soliviantado y acalorado a Iglesias, que había empezado muy pausado y pedagógico, como si estuviera impartiendo una clase magistral.

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Aunque lo cierto es que quien más misiles verbales ha recibido ha sido Rajoy, que no se ha venido abajo y que ha descargado todo lo que traía preparado, repartiendo a diestra y siniestra. Sobre todo a siniestra, al menos hoy geográficamente hablando, porque un sorteo ha deparado que todos los demás estuvieran colocados a su izquierda.

Rajoy, impertérrito, no ha dudado en echar mano de gráficos para apuntalar sus argumentos, como la evolución del desempleo, e incluso tenía preparadas decenas de fichas para responder ante cualquier hipótesis que pudiera surgir.

En ese esfuerzo en el que parecen todos concentrados en jugar por el centro y aparecer como moderados, ha tenido que pasar hora y media y tres bloques de debate para que se caldearan los ánimos. Ha sido al hablar de regeneración institucional y lucha contra la corrupción.

Primero se han enzarzado con los casos de corrupción del PP, pero después ha subido la tensión cuando Rivera ha echado en cara a Iglesias la supuesta financiación irregular de Podemos.

En suma, casi nada que no se encuentre en cualquier tertulia política de hoy en día. Lo único en lo que han estado de acuerdo los cuatro es en que no habrá nuevas elecciones.

Un encuentro al que Rajoy ha acudido vestido de presidente del Gobierno, como para asistir a la inauguración de un tramo de autopista -fuera de periodo electoral, eso sí-, y Sánchez con su traje de los debates, uno similar al que llevó en el cara a cara de diciembre e incluso en su fallido debate de investidura.

Iglesias llegaba en vaqueros y camisa blanca y Rivera ha optado por un traje de chaqueta sin corbata.

Y para no dar lugar a juegos de palabras ni a memes en las redes sociales, la organización ha optado por sustituir las puertas giratorias de acceso al Palacio Municipal de Congresos de Madrid por una puerta fija.

Si había expectación por ver cómo se integraba la presencia de Rajoy en el tuteo con el que suelen tratarse los otros oradores, el debate ha sido mucho más serio que sus precedentes de diciembre y los candidatos no se han apeado del «usted». Confianzas, las justas.

Como espectáculo televisivo, seguro que este debate ha tenido su público. Como debate del siglo, a más de uno le habrá dejado un regusto amargo.