Muchos de los túneles se encuentran en buenas condiciones pero su entrada ha quedado oculta y se descubren de manera casual en unas obras

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Palma es un queso gruyere. Aunque muchos han olvidado que la ciudad tiene un patrimonio subterráneo, una red de túneles sepultado por el tiempo. Pero aún quedan señales, pistas de entradas secretas que pasan desapercibidas para el palmesano de hoy, demasiado apresurado para percibirlas. Ya sea en el Teatre Principal, Plaza de las Columnas, bajo el mercado de Santa Catalina, Sant Miquel, costa de la Sang o en el Mirador de la Seu... Tomeu Fiol se ha encargado de rastrear todas las huellas ocultas. Y es que Palma cuenta con más de 700 refugios antiaéreos que se construyeron en pocos años para que los palmesanos tuvieran donde cobijarse durante los bombardeos de la Guerra Civil.

Ahora, Fiol publica Atles dels refugis antiaeris de Palma, editado por el Ajuntament, donde analiza, ficha por ficha, este patrimonio oculto y muchas veces olvidado. «Hay puertas ocultas y también tubos de ventilación en las fachadas que revelan su posición», cuenta Fiol, que empezó hace tres décadas una labor de búsqueda de estos refugios antiaéreos para convertirse en este callejero subterráneo.
«Mi madre tenía un negocio en la calle Sant Felip Neri. Cuando yo estudiaba, ella hizo obras y encontraron un refugio que al final fue tapado. Pero a mí me picó la curiosidad y empecé a ir al Ajuntament para investigar pero no había información, nadie sabía lo que era. Pero me iban hablando de otros túneles que se encontraba la gente». Los refugios eran un secreto a voces, cuentos de abuelos que iban pasando de generación en generación y que Fiol se ha encargado de desenterrar.
«Me apasionaba ir por las obras y allí encontré muchos refugios. Consulté en los archivos, donde había muy poca información», dice el investigador. Pero aunque no había manera de encontrar la información de la Defensa Pasiva, al final ha emergido su secreto.

«En agosto de 1935, durante la República, se constituyeron los comités de Defensa Pasiva, que adoptaban medidas preventivas en caso de un posible bombardeo aéreo sobre las poblaciones civiles», cuenta Fiol. Entonces estalló la Guerra Civil sin que apenas se tomasen medidas y Palma comenzó a padecer los ataques de la aviación republicana, ya que era territorio nacional desde el principio del alzamiento.

«La población mallorquina no se tomó muy en serio lo de construir un refugio aéreo. La Defensa Pasiva pidió la colaboración ciudadana, no voluntaria, de arquitectos e ingenieros de Palma, que fueron realizando todos los proyectos de obras de refugios públicos», afirma el autor del estudio. Los fondos provenían de la propia Defensa Pasiva y las ayudas económicas ciudadanas era muy escasas hasta que los días 24, 26 y 31 de mayo de 1937 hubo una cadena de bombardeos que causaron 40 muertos por toda la ciudad. «En ese momento la gente se asustó y se dispararon las contribuciones para construir refugios antiaéreos», dice Fiol.

Empieza la fiebre por cavar agujeros, ya sean para refugios públicos (130 en toda la ciudad), como en viviendas particulares, de los que llegó a haber más de 600. «Los técnicos ayudaban a los propietarios a redactar el proyecto y entonces empezaban a cavar con pico y pala o, si era necesario, se usaba dinamita. Todas las escuelas fueron obligadas a tener uno, así como hospitales y edificios de la administración».

También se aprovecharon infraestructuras previas, como el túnel del tren que iba desde la Estación Intermodal hasta el puerto. Allí, de hecho, había capacidad para albergar a 30.000 personas en caso de bombardeo y se abrieron múltiples aperturas desde diferentes edificios para que los ciudadanos tuviesen un acceso más fácil en caso de urgencia. Durante esos años de guerra, la población vivió el pánico de las bombas. Las campanas d'En Figuera dejaron de informar de las horas, así como los campanarios de las iglesias y las sirenas de las fábricas, que sonaban solo en caso de bombardeo y así avisar a la población.

En la Isla había repartidos diferentes observatorios que vigilaban el horizonte y ante la llegada de aviones, se llamaba por teléfono al centro de mando de la Almudaina, que avisaba para que se diera la señal de alarma en la ciudad. Tras la guerra, los refugios fueron cayendo en desuso y luego, en el olvido a medida que se iban tapiando sus entradas. Ahora su recuerdo sale a la luz.