Albert Hauf i Valls, en Sóller.

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Albert Hauf i Valls (Sóller, 1938) es uno de los mayores expertos mundiales en literatura medieval catalana y provenzal. Miembro del Institut d’Estudis Catalans (IEC) y de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, ha desarrollado su carrera como investigador y docente, principalmente en las universidades de Cardiff (País de Gales) y Valencia, de las que ha sido catedrático. Su ciudad natal le ha concedido estos días su máximo reconocimiento y distinción, declarándolo Hijo Ilustre del municipio.

¿Cómo valora su nombramiento como Hijo Ilustre de Sóller?
—No lo esperaba en absoluto, ya que he estado muchos años fuera de Sóller. Lo agradezco muchísimo porque Sóller ha sido siempre mi ‘patria pequeña’, puesto que aquí transcurrieron los primeros años de mi vida y estos primeros años son los que marcan a la persona. Además, considero que esta distinción es una prueba del amor y respeto que sienten los sollerics por nuestra lengua y por nuestra historia, ya que es a lo que yo me he dedicado.

¿Qué recuerdos tiene de su infancia en el Valle?
—La recuerdo de forma contrastada: por una parte, jugando en las calles y correteando por los torrentes. Pero, por otra parte, recuerdo la soledad de mi madre, llorando por mi padre, que estaba preso en el extranjero, prisionero de guerra.

¿Su padre era alemán?
—Y protestante. También era un inmigrante y, curiosamente, yo acabé siendo un estudioso y un experto en la lengua del lugar que le acogió como a un vecino más. Por mi apellido alemán, Hauf, me han llegado a llamar de las formas más diversas, pero hoy Hauf es un apellido solleric más. El mestizaje es positivo y también lo es acoger la cultura del lugar al que llegas por las circunstancias de la vida. Viendo lo que está pasando actualmente en Europa con la inmigración y los mensajes de odio, los españoles no deberían olvidar nunca que hemos sido país de emigrantes.

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¿Cómo fue su educación?
—En casa, había pocos recursos y dependían del trabajo de mi madre. Los médicos le recomendaron que intentara mi ingreso en una comunidad religiosa, más que por fe, por necesidad: había mala alimentación. Cuando tenía 10 años ingresé en el convento de los Franciscanos de la Porciúncula. Fue para mí como un oasis, un paraíso. Por las mañanas estudiaba humanidades, música, hacía deporte... y, con solo 14 años, por las tardes daba clases y guardaba a los más pequeños. Fuera no había absolutamente nada, solo un arenal virgen e inmenso. Pero no seguí la carrera religiosa porque surgieron dudas.

¿Y prosiguió sus estudios?
—Sí, siempre animado por mi madre: ¡ella sí que merecería ser declarada Hija Ilustre! Emigré a Alemania con la intención de estudiar, pero no dominaba bien el alemán. Allí trabajé de peón muy duramente, aunque estuve bien, puesto que tenía allí parientes por parte de padre. Estuve mejor que otros emigrantes y ahorré un dinero. Pero finalmente decidí regresar porque aquí tenía más posibilidades.

¿Cómo nació su interés por el estudio de la lengua?
—Al regresar, aprovechando los ahorros, cursé en Palma el preuniversitario que aprobé con muy buena nota. Posteriormente, estudié Filología Románica en Barcelona y también me doctoré. Pude hacerlo gracias a la obtención de sucesivas becas ‘Joan March’, gracias a mis buenas calificaciones. Después del doctorado solicité plaza como lector de lengua castellana en la Universidad de Cardiff (Reino Unido) donde posteriormente fui profesor y catedrático emérito. Allí introduje también el estudio de la lengua catalana. Estuve en Cardiff 23 años y lo que más me atrajo fue la gran libertad que allí se respiraba.

Como estudioso de antiguos textos en catalán, ¿cómo ve su actual situación y los debates sobre su unidad?
—En la Academia Valenciana de la Llengua también había académicos que defendían sus diferencias con el catalán, pero hoy, incluso allí, el consenso es casi unánime, a pesar del nombre de la lengua. Pero lo realmente importante de una lengua es que se use y que la gente la siga hablando, no tanto su denominación. Científicamente, el catalán es una única lengua en Valencia, Catalunya y Balears, pero sentimentalmente todos hablamos la que consideramos ‘nuestra lengua’. Incluso cada persona tiene su propio dialecto que es único e irrepetible. Es importante no convertir la lengua catalana en caballo de batalla y cuidar la psicología de sus hablantes, sin dogmatismos. Hoy lengua catalana está más publicada y estudiada que nunca, pero, paradójicamente, su uso hablado decrece. Por esto es tan importante que se potencien los medios populares en catalán.