El sexo y el dinero fueron las dos grandes estrellas de la reunión
sobre el sida que la Asamblea General de la ONU concluyó en Nueva
York, algo que escandalizó a algunos gobiernos. Peor aún, el sexo
intentó presentarse desnudo y tuvo que ser vestido por el lenguaje
diplomático. «Hombres que tienen sexo con hombres, prostitución, el
derecho de la mujer a decidir sus relaciones sexuales, sodomía...
¿pero esto qué es?. Es pornografía», aseguraba un delegado egipcio.
El diplomático se refería así a un borrador de la Declaración en el
que estaba previsto llamar a los Gobiernos para crear programas que
reduzcan la incidencia del sida en homosexuales, prostitutas,
drogadictos y otras personas que corren un alto riesgo de
infectarse.
Ello motivó que la Organización de Países Islámicos se lanzara a
unas duras negociaciones para eliminar cualquier atisbo de herejía,
ya que tales prácticas están castigadas como delito en esas
naciones. De nada valió que el secretario general de la ONU, Kofi
Annan pidiera hablar de «forma clara y abierta, tanto de las formas
por las que uno se puede infectar como de cómo se puede evitar», ni
tampoco que recomendara que «no se hagan juicios morales» sobre la
cuestión.
Durante el debate abierto que se produjo sobre la cuestión, los
representantes islámicos se ampararon en todo momento en cuestiones
de procedimiento para vetarla. Al final, el integrismo ganó la
partida y las referencias a un sexo diferente del gusto de Ala,
fueron eliminadas. El lenguaje diplomático cubrió la realidad de la
que hablaba Annan con un vestido largo que tapó a homosexuales,
prostitutas y drogadictos de «comportamientos sexuales de alto
riesgo. El otro protagonista fue el dinero, que a diferencia del
sexo, ya llegó vestido desde un principio bajo un traje de fondos,
recursos económicos, contribuciones, cooperación, ayudas y
solidaridad.
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