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Anteanoche despidieron al Papa con fuegos artificiales. Como no podía ser de otro modo. Luego, cada mochuelo se fue hacia su olivo. Nuestro grupo, formado por unas cincuenta personas, regresó en autocar, pasada la media noche, a Castellón, que es donde está el hotel. Entre una cosa y otra, nos metíamos en la cama alrededor de la una y media de la madrugada y nos levantábamos a las cuatro para estar de nuevo en la Ciudad de las Artes y de las Ciencias a las seis, ya que los curas mallorquines que iban a concelebrar la misa Eugeni Rodríguez, Joan Cózar, Rafel Umbert, Joan Pons, Antoni Mercant, Antoni Burguera, Joan Servera y Pere Oliver, debían de encontrarse cerca del altar dos horas antes de que esta comenzara, nueve y media de la mañana. Fue, sin duda, una paliza, sobre todo para los más mayores, ya que, tras haberse pasado todo el día de un sitio para otro siguiendo la estela del Papa, una vez localizado el lugar que les habían asignado en el recinto, se encontraron con que no había sillas, por lo que tuvieron que buscarse un lugar donde sentar sus posaderas. ¡Ya es mala pata eso, eh!, y más cuando casi todo el mundo tuvo una acomodación con sillas y una buena visibilidad sobre el escenario, o bien, si no, con una pantalla gigante cerca. Así pues, tras haber dejado dispuesto mi ordenador en una de las mesas de la inmensa sala de prensa, me acerqué al sector donde habían pernoctado bastantes de los mallorquines que por la mañana habían llegado a Valencia en barco.

Un área que, como les conté ayer, se halla prácticamente en el fin del mundo, y para colmo rodeada de váteres, sobre cuyo césped estiraron las colchonetas y tiendas de campaña para pasar la noche en la que, según nos comentaron algunos, el insomnio prevaleció sobre el sueño. Porque mientras unos cantaban, otros de otros sectores, al ser éste un lugar de paso casi obligado, iban y venían de un sitio a otro pasando por allí, y otros entraban y salían de los váteres que rodeaban casi por completo el improvisado campamento, en nuestra opinión un lugar antiestético, apartado del escenario y con la hilera de váteres ocultando las pantallas gigantes que impedían ver nada. Menos mal que, según pudimos comprobar con las primeras luces del alba, la muchachada se lo había tomado bien, pensando que se había venido a disfrutar mucho y a descansar poco, que si no... Eso sí, la mayoría, aunque fuera con la boca pequeña, opinaba que ya les podían haber ubicado en otro lugar. ¡Menos mal que nuestro Obispo es valenciano -nos dijo alguien, en tono irónico-, que si es de otra comunidad a lo mejor ni nos dejan entrar.... ¿Olores por la proximidad de los retretes...? Pues, a decir verdad, ni uno. Eso si, el traqueteo de las puertas abriéndose y cerrándose, no paró en toda la noche. Y entrando el amanecer, ya ni les cuento. Porque a tenor de las colas que se formaban delante de ellos, esas puertas no pararon de hacer ruido ni un instante. Pero, una noche es una noche.