Miquel Sagrera, en uno de los bellos rincones de su casa de Palma. | Esteban Mercer

TW
0

Miquel Sagrera se convirtió, casi por casualidad y con mucho atrevimiento, en el primer gran decorador mallorquín en una época en la que la profesión como tal en Mallorca, y también en España, tenía pocos representantes. Él fue el encargado de la reforma de la sede del Parlament de les Illes Balears y del diseño del pabellón de las Illes en la Expo de Sevilla 92. Han pasado casi treinta años desde ese momento glorioso, y aunque jubilado, con residencias en Palma, Madrid y Portocolom, sigue con el ojo educado para analizar la estética contemporánea y la realidad actual en una de las pocas entrevistas que ha querido conceder en los últimos años. Lo hace desde su casa palmesana, donde todo, desde las vistas hasta la música que suena de fondo, es precioso.

¿Como se convirtió en decorador?

–Fue muy curioso. Estudiaba de aparejador en Barcelona y Madrid. Durante unas vacaciones, un día casualmente entré en Gaston y Daniela, la tienda de telas maravillosa que había en Palma. La encargada me comentó que tenía unos clientes franceses que querían que les decoraran la casa pero que no había nadie en Mallorca que pudiera hacerlo y entonces me ofrecí a hacerlo yo. Fue mi primera obra y fue la que me llevó a conocer a Marisa Rovira de Caubet, que era la que movía la sociedad de la época, hace más de cincuenta años. Ella me encargó la arquitectura de su casa, no solo el interiorismo. A mí lo que me gusta en realidad es la arquitectura porque el interiorismo o la decoración son solo un complemento. Cuando hay buena arquitectura todo se salva. Ella fue la que empezó a recomendarme a unos y otros y así fue como comencé a trabajar, tanto que dejé la carrera.

¿En esa época, en Mallorca, había gente preparada para crear un equipo que le ayudara?

–Se debería saber más de la gente que formaba la Mallorca de entonces. Pude crear un equipo de gente extraordinaria. Fíjese, el conocido Antonio Obrador comenzó a trabajar conmigo de contable a petición de su madre, que tenía una mercería en la calle dels Oms. Estuvo un montón de años trabajando conmigo, hasta que aprendió el oficio y se independizó, con la particularidad de que se llevó a todos mis colaboradores. Me alegro muchísimo de que se haya convertido en un grande de la profesión. Todos los que han llegado a ser alguien pasaron por mi despacho en un momento u otro y es algo que me enorgullece.

¿Se quedó sin nadie?

–Sí, pero con trabajos muy importantes que llevar a cabo. De un día para otro me quedé sin nadie. Puse anuncios en Abc y en La Vanguardia, casi desesperadamente, porque necesitaba a gente buena. Apareció Jesús Checa, decorador de las Galerías Preciados de la época, y se convirtió en mi mano derecha. Confiaba en él totalmente, tanto que me fui a la India con un cliente y me quedé cuatro meses allí. Regresé porque él me obligó al no mandarme más dinero, tal era nuestro nivel de confianza. Tener a gente de confianza a tu lado es algo fundamental para triunfar en todas las profesiones.

¿De quién se nutría en esa época? ¿Había objetos en el mercado como hoy?

–No había nada. Di con coleccionistas de pintura y escultura gótica, con vendedores de muebles franceses firmados. Mi momento, sin embargo, llegó cuando hice Mallorca se presenta. Se hizo en la Lonja y fue cuando Joan Miró nos autorizó a usar sus famosas Velas. El apoyo de Miró y su esposa fue fundamental. Hicimos las Velas de Miró que viajaron a Barcelona, Valencia, Zaragoza y, gracias a que el canciller austriaco Bruno Kreisky veraneaba aquí, pudimos llevar la exposición al Ayuntamiento de Viena. Fue un exitazo. La exposición era un itinerario por la historia de la Isla, con charlas y actividades a diario sobre temas culturales.

¿Hay un estilo Sagrera?

–Tuve la suerte de que en mi época todavía había buenos artesanos y los precios eran razonables. Me gustaba mezclar lo de toda la vida y artesanal con elementos muy futuristas. Fui de los primeros en usar metacrilato, acero, cosas que se mantienen todavía hoy cuando todo es mucho más funcional y práctico y he tenido que evolucionar con ello. Mi gran logro, sin embargo, está en la náutica. Trabajaba en Bilbao para los astilleros Astondoa y me di cuenta de que el que llevaba el barco estaba obligado a ir siempre solo. Les hice poner los mandos en un lugar donde delante se pudiera situar un sofá para que los acompañantes pudieran hablar con el que estaba a los mandos, haciendo la travesía de placer más agradable para todos. Trabajar con llaüts siempre me ha encantado, hice el de Balduino y Fabiola de Bélgica que se llevaron desde Alcúdia a Motril. He hecho mucho pero le digo algo, una casa la hacen bonita las personas que la habitan, no el decorador.

¿Qué cliente le ha impactado más?

–Me gusta ser muy discreto pero le diré que el creador del Círculo de Lectores, Reinhard Mohn, que llegaba a Mallorca en avión privado con su Rolls Royce pero que en su casa no quería servicio. Quería libertad absoluta, poder estar desnudo si le apetecía y descansar de verdad.

No conozco jubilado más activo que usted…

–Soy un jubilado y así es como me gusta definirme porque la disfruto mucho. He podido dedicarme a hacer las cosas que desde siempre me han gustado. Disfruto mucho de lo aprendido en mi infancia y juventud.

Usted no se pierde nada.

–Procuro ver todas las exposiciones. Tengo más de setenta años, valoro el tiempo así que me rodeo de libros en todas mis casas y ellos, más las retransmisiones de ópera y musicales del Metropolitan, o los del Museo del Prado o el Louvre que se ofrecían a través de la red a diario, han hecho que este confinamiento tan largo para mi haya sido un máster extraordinario. En Portocolom es donde he pasado confinado siete meses saliendo a navegar con mi llaüt prácticamente a diario, pero la realidad es que soy feliz en todas partes. Soy optimista, siempre lo he sido.