Pilar de la cuesta madre de una adolescente con TCA.

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La vida de Pilar y su familia dio un giro de 180 grados en septiembre, tras recibir una llamada del orientador del colegio de su hija. Les pidió que acudieran de urgencia al centro escolar porque Sol, de 16 años, la tercera de sus cuatro hijos, había sufrido un ataque de nervios en medio de clase, no conseguía tranquilizarse y consideraban necesario activar un protocolo de emergencia. Durante las semanas siguientes, mediante un psicólogo privado, descubrieron la magnitud del problema que atenazaba a su hija: depresión grave, autolesiones y un grave trastorno de la conducta alimentaria.

«La sensación en todo este proceso es de impotencia. No hay manual de instrucciones para asimilar una noticia así. Te enteras de que el problema de Sol comenzó durante el estado de alarma. Y eso que nosotros pensábamos que todo había ido sobre ruedas durante el confinamiento, teniendo en cuenta que teníamos a dos adolescentes en casa... Entonces es cuando te culpas por ser la última en enterarte de lo que sucede», recuerda Pilar.

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«Mi hija siempre ha sido reservada. Pero ahora pasaba más tiempo sola en su habitación y había cambiado de forma de vestir, pasando de ir ceñida a utilizar ropa más amplia y sudaderas masculinas, era la forma de esconder que cada vez estaba más delgada. Normal, ha llegado a pasar días subsistiendo a base de cafés y refrescos light», lamenta.

Los últimos meses han sido una montaña rusa de emociones para toda la familia. Sol estuvo unas semanas ingresada para luego pasar al hospital de día de la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria de Son Espases, de 8 a 15 horas, donde se aseguraban de que comiera. Ahora acude a terapia semanal y, aunque ha intentado volver a clase progresivamente, después de Semana Santa sufrió una recaída y ha vuelto a dejar el curso hasta que se sienta con fuerzas.

«En estos momentos están tratando su depresión y su problema con la comida. Pero lo más duro es que ella sigue intentando escondernos cómo está para no hacernos sufrir, hasta que explota. Por eso me paso noches enteras sentada en una silla en el pasillo, por si sucede algo. Lo único positivo que saco de todo esto es que nos ha permitido saber quién está cerca de ti y quién no, quién se preocupa y quién desaparece cuando vienen mal dadas. Aprendes mucho de la gente».