María con sus dos ángeles de la guarda, Amalia y Martina.

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Recordáis que la semana pasada os conté la historia de María, minusválida que vive en Lloseta, en una casa del Ibavi, según nos dijo, casa con muchas carencias para una parapléjica…?
Hoy, con vuestro permiso la traemos de nuevo, todo porque el martes, dos ángeles de la guarda llamaron a su puerta, y durante cuatro horas la estuvieron ayudando a limpiar la casa y poner en orden el desorden en que vive, todo porque sola, no puede.

Dichos ángeles de la guarda, que no son otros que Martina Romero, auxiliar de enfermería, y Amalia Valverde, asistenta de hogar, dedicaron horas de su día libre en ayudar a esta mujer, desplazándose desde Palma. «Al leer la noticia en el periódico, nos pusimos en contacto con ella diciéndole que íbamos a ayudarla un día a la semana. Y ella aceptó, dándonos las gracias».

Poner orden

Finalizada la jornada de cuatro horas, en la que lograron poner algo de orden en el desorden, y acompañarla al centro médico a que la viera el médico, para, una vez que finalizara la visita, regresar con ella a su casa, nos estuvieron contando que una mujer en esas condiciones no puede vivir sin que nadie, como mínimo una vez a la semana, la ayude. «La casa es fría y húmeda, lo cual la obliga a calentarla con una estufa eléctrica, cuyo gasto supone la mitad de lo que cobra al mes, unos 700 euros.

Por otra parte, al no poder moverse de la silla, no puede limpiar, tampoco ordenar la ropa, ni hacerse la cama, sobre la cual hay un triángulo metálico, sujeto al techo con una cadena, para que se agarre a la hora de entrar y salir de ella. Pero como no lo alcanza, tiene que hacer mil equilibrios para lo uno y lo otro. Es lo mismo que los cristales de las ventanas, a cuya manecilla, que es la que la abre, tampoco alcanza, por lo que, para llegar hasta ella, ha de hacer uso de una escoba. Nos ha llamado también la atención ver que, como no puede entrar en la bañera, ha de ducharse sentada en el inodoro, lo que supone dejar el cuarto de baño completamente encharcado, que luego, como puede, ha de fregar.

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María, sin apenas puntos de apoyo, trata de salir de cama.

Y volviendo a la cama, como es tan baja, hemos observado que está apoyada sobre cuatro tochos, lo cual le permite entrar en ella con más facilidad, ya que de no tenerlos, al quedar más baja no le sería fácil, sobre todo salir de ella, pues queda bastante por debajo de su silla. También hemos observado que, como uno los cristales de una ventana está roto, a base de una chapuza con cinta aislante ha logrado recomponerlo, cinta que también hemos encontrado en algunos enchufes».

Martina y Amalia nos dicen que le han dicho a María que volverán el miércoles para seguir arreglando la casa, ordenar la ropa, limpiar la terraza y mejorar su aspecto, «pues le vamos a pintar las uñas, arreglar las cejas… ¡Ah, bueno…! Al despedirnos de ella nos ha dicho que al día siguiente la iba a visitar alguien del Ayuntamiento… Ella espera esa visita desde hace tiempo, pero no está segura de que se produzca».

¿Una luz al final del túnel?

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Amalia ordenando la ropa de María.

A punto de cerrar esta crónica, nos llama María diciéndonos que por la tarde llegó una persona, en nombre de Macrón, «para decirme que firmara unos papeles que me puso sobre la mesa, que presentaría en dicha asociación con el fin de que me facilitaran una casa en mejores condiciones que esta. No me aseguró nada, pero como vi que la intención es buena, firmé, quedando a la espera de que me contesten. La casa, según me dijo, acondicionada a mi invalidez, estaría en Lloseta».

El apunte

Hasta qué punto una grúa complica la vida al guardacoches

'El Peque' espera que pronto se vaya la grúa de la calle.

Siempre pasa lo mismo. Que vamos y venimos con prisas, a lo nuestro, y cabreándonos cuando, por ejemplo, tenemos que dar la vuelta al encontrarnos que la calle por la que vamos a pasar está cerrada al tráfico a causa de que una grúa está operando en ella, sin pararnos a pensar que si esa grúa está ahí, es por algo, y sin pensar también que a lo mejor hay otras personas que salen más perjudicadas por ello, pero no dicen nada. Que se aguantan, vamos. Porque ¡qué remedio!

Pues a causa de una grúa gigante que durante un par de días ha estado trabajando en Carrer del Bisbe Campins, de Palma, al guardacoches de la misma, 'El Peque', le ha tocado bailar con la más fea, en el sentido de que ha visto mermados sus ingresos, «ya que al quedar cortado el tráfico rodado –dice– no tengo coches, por tanto no gano... Porque si yendo bien las cosas me saco entre 15 y 20 euros al día, con la grúa ahí… ¡Pues imagínese! Ni a cinco llego. Menos mal que me llevo bien con el colega de la calle Rubén Darío, que me cede un trozo de su calle, y la calle entera cuando se va a comer, ¡que si no…! Bueno, menos mal eso, y que un vecino me llama para que le pasee el perro, y otros para que les haga un recado, o les ayude a bajar o a subir algún mueble, o algo pesado, o que vaya al súper a comprar algo… ¡Menos mal…! Que si no fuera por eso, ya me dirá qué iba a hacer yo... Bueno, sí, aguantarme. Porque yo no le puedo decir al señor de la grúa que estando ahí me está impidiendo que me gane la vida... Porque la calle no es mía, y él está haciendo su trabajo. Así que vamos a ver si terminan pronto, abren el tráfico y se normaliza todo».

Pues esperemos que así sea, aunque solo sea por el bien de 'El Peque', que es un buen tío, y que va a luchar por seguir estando ahí, gracias a lo cual se puede permitir alquilar un piso y no volver a la calle pura y dura en la que vivió durante algunos años.