Conforme te acercas se despierta el sentido del olfato, ese olor a cuero y manufactura tradicional cada vez menos presente en los mercadillos. También aquí ha llegado la alargada sombra de la fabricación en serie y sus precios irrisorios. Y aunque aún hay quien piensa que lo barato sale caro, lo cierto es que esta poderosa competencia está arramblando con todo. Daniel Mateu es un avezado zapatero, un artesano de ley que ama su oficio, la creación de porqueres mallorquines, a las que ha revitalizado con coloridos diseños a la carta. Corta el cuero y trabaja con una amplia gama de materiales, a los que incorpora una suela. Cuando el cliente se lleva sus porqueres sabe que se ha hecho con un par de zapatos firmados por siglos de tradición.
Con apenas 12 años comenzó a formarse, «empecé de mozo, barría el taller, alineaba los clavos y cometía fallos que eran para tirarme los zapatos a la cabeza», explica. En todos estos años ha tenido tiempo de asimilar las diferentes tendencias, que con sus manos traduce en sus propios diseños. Su compromiso con el proceso creativo es total, «me encargo de todo, corto, pespunto y monto». A su edad, ha decidido levantar el pie del acelerador, «me conformo con hacer siete u ocho pares a la semana». El artesano cree que la porquera está viviendo un resurgimiento, «la gente joven vuelve a llevarlas, y las ventas han remontado gracias a la combinación de colores personalizados».
Su trabajo es una proyección de la personalidad de cada cliente, «la porquera clásica no tiene la variedad de color ni de combinación de materiales que yo ofrezco». Sus clientes le visitan en los tres mercadillos que frecuenta (viernes, en Binissalem; sábado, en Alaró; y domingo, en Santa Maria). «La gente mayor me pide colores más clásicos y algunos quieren velcro para facilitar el atado. A los jóvenes les gusta la porquera con roba de llengües de hasta ocho colores distintos».
Retrato robot
Su clientela es de lo más heterogénea, aunque el retrato robot vendría a ser «un mallorquín de entre 18 a cuarenta y tantos». Con todo, confiesa que sus diseños también triunfan entre «los extranjeros, en especial alemanes». Como anécdota, explica que «un cliente italiano se lleva cada verano cuatro o cinco pares. No sé si los revende, porque esa cantidad no puede gastarla en un año». El verano es la época más rentable. En el resto del año, por lo general, no existe un patrón de ventas. «A veces hago poca caja y otras vendo mucho». Lamenta que cada vez cuesta más, «porque los chinos hacen una competencia muy fuerte, rebajan los costes y salen las ‘porqueres' por 12 o 15 euros. Luego duran lo que duran. Las mías son de extrema calidad, hechas a mano, resistentes y longevas», reivindica.
El trabajo artesanal
Para reconocer un zapato de calidad hay que tener en cuenta una serie de aspectos. La calidad de su materia prima (cuero, forro, plantilla y suela), así como la habilidad para rematar el trabajo del artesano. La parte anatómica también es importante. Uno tiene que sentir que el pie está bien tomado, desde la planta hasta el talón, y envuelto desde los costados. En este caso, destaca la labor de Mateu. «Antes de empezar el zapato el cliente se prueba las diferentes hormas que tengo, así vamos a lo seguro». Tras rematar el diseño, pega la suela «neumática o de goma EVA, más ligera, cómoda y amortiguada. La primera la pide gente para trabajar en el campo, no se desgastan nunca. Pero para ir por la calle, la gente prefiere otras suelas que aunque tienen más desgaste, son más ligeras y cómodas», zanja.
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