Isabel, sonriente, entre Álvaro, el profe, y Aixa, «sus ojos», a punto de comenzar la clase. | Click

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Álvaro Anaya es madrileño, residente en Palma desde hace cinco años. «Vine para probar…», dice. Y Álvaro, probando, se encontró con dos cosas en el camino que le han cambiado la vida: una guitarra y una mujer, Martina Benvenutto, a la que no hace mucho sorprendió entregándole un anillo y declarándole su amor. Desde entonces, no se han separado. Pero esta es otra historia que algún día os contaré. Álvaro (alvaroanayaoficial), al mismo tiempo que enriquece su sabiduría como guitarrista, en lo que le está ayudando el maestro Benjamín Habichuela, da clases de guitarra. Algunos alumnos las siguen vía online, mientras que otros acuden a su casa, entre ellos, Isabel Rosselló, sordociega, todo por el Síndrome Usher II, que hizo que a partir de los 17 años empezara a perder la vista y la audición. Hoy, no ve, y si no le hablan muy cerca de la oreja, no oye.

Isabel, que es de Binissalem, vive sola en su casa. Y pese a sus carencias, ella lo hace todo: cocina y limpia, además de resolver cualquier problema que se le presente. «Y soy así –dice– porque mi madre me enseñó todo lo que sé, sobre todo a cocinar. Porque cocino de todo: cocino sopas, verduras, cocido… Aparte, tengo una ventaja, que no necesito encender la luz». Lo de la luz lo dice en el sentido de que para ella el aumento de la factura de la electricidad no le supone ningún desembolso extra. Tampoco tiene televisión… «Pues para lo que hay que ver, si no la tienes –le decimos– no te pierdes nada». Pero sí tiene sentido del humor, lo cual le debe de servir mucho para vivir sin ver y sin oír. Pese a todo, con auriculares, sigue los partidos del Mallorca –vemos que luce camiseta mallorquinista–, o de cualquier otro equipo… Y otra cosa más: nunca ha estado en ningún estadio, mientras se juega un partido de fútbol, (ni sin jugarse), «por eso me gustaría poder ir a Son Moix, a un partido que juegue el Mallorca. O al Estadio Balear, a ‘ver’ el At. Baleares. Porque aunque no lo viera, lo seguiría a través de una persona que viniera conmigo, o por los auriculares de la radio… Me haría mucha ilusión estar allí, entre tanta gente…».

Una rutina necesaria

Esto nos lo cuenta mientras se va preparando para la clase, es decir: sentándose, dejando descansar su pie derecho sobre una pequeña banqueta, apoyando la guitarra sobre su pecho y muslo derecho, situando sus dedos sobre las cuerdas, unos –mano derecha, pues es diestra– para rasguearla, otros –mano izquierda–, sobre el denominado mástil y los trastes, para los acordes… Una rutina, por otra parte necesaria, claro… ¡Ah!, y como además de no ver, aunque para el movimiento se guía por el instinto y porque ha aprendido a colocar los dedos sobre las cuerdas, no oye, u oye muy poco, Álvaro se las ha ingeniado para que oiga. ¿Cómo? Colocándole unos cascos que van unidos, a través de un cable, a un micrófono, sujeto a un soporte apoyado en el suelo, a través del cual le habla, orienta u ordena.

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Durante la clase, Álvaro e Isabel se comunican a través de micro y cascos.

Así de simple. Y funciona, eh. Ya que de no disponer de tal tinglado, el profesor, para que la alumna le escuchara, se tendría que poner a su lado, y así hablarle al oído, aunque en esa posición no podría ver cómo mueve los dedos sobre la cuerdas, movimientos fundamentales para tocar la guitarra. Porque funciona, eh… Basta, si no, ver, aunque lentos, sus progresos. Porque la Isabel de hoy nada tiene que ver con la de antes de comenzar las clases. Una Isabel, que a diferencia de otros alumnos de guitarra, no la ve, y escucha al profesor a través de cascos, lo cual hace que este pueda controlar sus movimientos y a la vez comunicarse con ella. No acude sola a las clases. Lo hace acompañada de Aixa Mercadal, que trabaja en FOAPS, que pertenece al Grupo Social ONCE, al que ella está afiliada. Por tanto, Aixa la trae, la lleva, siendo también sus ojos durante esas idas y venidas a clase de guitarra... Y de baile de salón, a las que asiste un día a la semana. Y es que Isabel es un ejemplo, un referente para hacer realidad lo de que ‘quien quiere, puede’.