Carlos Mota, durante un paseo por Dalt Murada de Palma. | Esteban Mercer

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Es un venezolano universal, un maestro de maestros, un todero, así se define utilizando esta palabra de su país, que hace de todo en una carrera por la belleza que no tiene fin y que parece diversificada por una energía sobrehumana. Está en todas partes, viviéndolo todo con intensidad, sin perder detalle, para después llevarlo a la decoración de espacios sublimes donde el color es un gran protagonista. Ha estado en Mallorca para visitar a algunos amigos, entre ellos Mafalda Sajonia. En su momento alabó su boda como la más sencilla y cool en la que había estado, y no quiso contar más. La discreción es fundamental, palabra de maestro.

Es uno de los decoradores más influyentes del mundo…
— No me gusta llamarme decorador, no me identifica. Soy un design consultor, capaz de intervenir en muchos espacios diferentes. Me piden opinión sobre cómo realizar una fiesta perfecta y se la doy, porque son personas que confían en mí, que les gusta mi trabajo.

Trabaja para personas con mucho criterio, con mucho poder… ¿Cómo ha podido acceder a ellos y ganarse su confianza?
— Mi carrera ha sido muy larga. Hice las cosas bien, obviamente    y me hice un nombre aunque suene pretencioso decirlo. Comencé en Nueva York como asistente pero siempre he hecho las cosas con mucha consistencia, sabiendo lo que quería hacer. Es importante crearse un look, una imagen, porque la gente que me contrata sabe que me gustan los colores, mezclar muchos estilos de diferentes épocas, crear decoraciones muy muy personales.

¿Se nota si una casa lleva su firma?
— Todo lo contrario, procuro que no se vea, huir de la uniformidad. Odio el color beig, de hecho escribí un libro Beige is not a color en el que claramente muestro el porqué de mi aversión a ese look que se ha vendido como creador de calma y paz. No es cierto, no tiene vida. Se puede estar muy relajado en un cuarto lavanda.   

¿Cómo se mezcla el color?
— Es lo más difícil. Hay que ver cómo entra la luz, cómo es la sala de noche, ver qué muebles han de vivir en ese espacio con ese color, porque la luz cambia cada espacio que ilumina cada segundo prácticamente, así que el color cambia también.

Usted ha llegado a conquistar gustos muy exquisitos…
— Pero es mi trabajo. Presento varias ideas y me gusta mucho cuando el cliente viene y me enseña recortes de revistas, o un libro, porque toda esa información me sirve muchísimo. Tengo el ojo acostumbrado porque fui durante muchos años editor en revistas muy importantes, tanto como Elle Decor y después AD Digest. He hecho reportajes para New York Times. He sido un redactor internacional y pude    cubrir también a las celebrities. Ese trabajo me obligaba a en dos días hacer que una casa se convirtiera, al menos para las fotos, en maravillosa. Actuaba como actúan los directores artísticos, pero sin tiempo para pensar, algo que me creó una agilidad visual que hoy día es mi fuerte.

Qué pavor sentirán algunos al invitarle a sus casas…
— Cuando entro veo inmediatamente lo que no funciona. Lo ideal es que una casa funcione de noche y de día y eso ocurre muy pocas veces. Me gusta poner muchas lámparas que den luz indirecta pero no en el techo porque dan una luz terrible.

¿Cómo llegó a tener tanta presencia en la prensa especializada?
— Tuve mucha suerte desde el principio porque, incluso cuando llegué a Nueva York y no tenía mucho dinero, me publicaron el apartamento, quizás porque mi punto de vista era muy diferente. Eso me llevó a trabajar como editor en el momento dorado de las revistas, en el que había cultura de revista.

¿Cultura de revista?
— Hay que facilitar, como hacen las buenas revistas, aprender a ver la belleza, a saber vivir bien, aprender de las casas porque aunque no te gusten siempre aportan algo interesante. Me encantan los baños, me fascinan desde siempre, ahora están muy de moda. Les defino como las nuevas salas, los nuevos salones porque pasamos mucho tiempo en ellos, son lo primero que vemos al despertar y lo último. Han de ser maravillosos.

La belleza pertenece a una elite…
— Sí y no. En mi opinión saber vivir bien es tener a tu alrededor lo mejor con tus propios recursos. Vivir bien es dar importancia a los detalles que hacen que tu vida sea más bonita. Las flores son un must que no hay que olvidar.

¿Podría vivir sin belleza?
— La veo en todas partes. En Europa por una cuestión cultural es más fácil encontrar ese tipo de personas estetas. La diseñadora americana Tory Burch recibe como si fuera europea, siente pasión por sus casas. No hablo de perfección, que es muy aburrida, hablo de crear ambientes que resulten agradables donde recibir muy bien. Adoro lo que no resulta forzado.

¿Las casas teatrales abundan?
— Sí, y se ven forzadas y aburridas. Valentino y Giancarlo Giammetti son los que mejor saben hacer que todo fluya en el ambiente. Conozco las casas de Valentino, todas, y todo en ellas está tan bien hecho, es todo tan coherente, y además    ese factor tan italiano... es un aprendizaje constante.

¿Qué ha aprendido de ellos?
— Por ejemplo, a hacer un buffet bonito. Hacerlos es un arte, dar a la comida la importancia que merece, no olvidar las servilletas y cómo se doblan, me encantan las que usa Valentino porque son enormes, como las de antes. Odia las servilletitas. En breve lanzaré mi colección de objetos y mis servilletas medirán por lo menos 60x60.     

En breve saca su cuarto libro…
— Es por eso que me considero autor. El primero que escribí, Chic and Cheap, versa sobre cómo hacer arreglos florales con flores cotidianas del supermercado. El segundo es sobre mi trabajo como editor y el tercero es el famoso Beige ist not a color. En septiembre saldrá Siempre el verde porque es mi color preferido desde que era un niño. Es hora de que entendamos la decoración, ha de chocar tanto que cuando lleguemos a una casa sintamos emociones que nos alegren y eso solo ocurre cuando hay color. El tiempo del mínimal ya ha pasado, afortunadamente.   

¿Qué le ha parecido Palma?
— Me encontré con una de las grandes sorpresas de mi vida, su charme es increíble, con una historia cultural tan rica que es un sueño. Los árboles, las avenidas, las casas tan señoriales… viva Palma.