María, junto con su hermana, se operaron a finales del siglo pasado. | Click

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María Vicente Recas, nacida en Melilla, pero residente en Palma, es transexual. Igual que su hermana, Mónica, que vive en Madrid. Ella está soltera, sin compromiso, y por lo que vimos sin muchas ganas de cambiar de situación, mientras que Mónica vive en pareja. Ambas, según nos contaron la primera vez que hablamos, habían nacido en cuerpos equivocados, por lo que se sometieron a una operación de sexo que las convirtió plenamente en mujeres, por lo que hoy son felices. Eso sucedió cuando la moneda de nuestro país era la peseta.

Este miércoles, por la tarde, hablamos con María, con quien quedamos citados en el bar Zaguán. Vestía de camiseta y pantalón oscuro. Nos contó que a causa de un problema cardiaco había dejado de trabajar, por lo que disponía de todo el tiempo del mundo para ella, gran parte del cual comparte con su madre.

Dos millones de pesetas

María, junto con su hermana, están operadas desde finales de los años 90 del siglo pasado. «Mi operación, entre una cosa y otra –y aquí incluye el tratamiento hormonal y psicológico–, costó casi dos millones de pesetas (12.000 euros), ya que constaba de dos partes, la operación de cambio de sexo en sí, y la de cambio de identidad, que se hacía ante el forense demostrándole que había sido una operación a través de vaginoplastia, que no por castración, el cual certificaba el cambio de sexo. Ello requería mucho papeleo, que, lógicamente, se traducía en más gastos. También, el hecho de viviéramos en Melilla y que tuviéramos que operarnos en Barcelona, encareció el precio, que pagó mi padre. Ahora, por lo que tengo entendido, el cambio de sexo corre por cuenta de la Seguridad Social, lo cual me parece muy bien».

Ella es Mónica, la hermana de María, mujer trans como ella. A diferencia de su hermana, Mónica vive en pareja.

Aún queda camino por recorrer

Pero, pese al tiempo transcurrido desde entonces, «a día de hoy, en según que aspectos, queda aún camino por recorrer. Quiero decir que todavía los transexuales sufrimos cierta transfobia. Yo la he sufrido en mi trabajo, no por parte de todos los compañeros pero sí de algunos. Y es que hay gente que no entiende que con el cambio de sexo lo único que pretendemos es tener el cuerpo que nos corresponde, y como eso es solo posible a través de una operación, nos sometemos a ella. Supongo que cualquier persona que naciera con una deficiencia, ceguera o sordera, por ejemplo, o que le afectara a la mente, y pudieran operarse con la garantía de quedar bien, lo harían, ¿no? Y todo el mundo lo vería bien… ¿Por qué, entonces, algunos nos echan en cara, o no ven bien, que por encontrar el cuerpo adecuado a nuestra mente cambiemos de sexo a través de una operación, por otra parte legítima? Por eso digo que aún queda camino por recorrer.

Pero, desde luego –añade–, nada que ver a cómo era antes, me refiero a los años 90, cuando todavía no habíamos cambiado de sexo… O incluso a poco de habernos operado. Por entonces, ser homosexual o transexual no estaba bien visto, por lo cual, según quiénes, nos insultaban por ello, en el colegio nos hacían burlas y parte de la sociedad nos marginaba. Afortunadamente, con el tiempo ha ido cambiado para bien, han aparecido personas, transexuales sobre todo, que han luchado para que se nos reconozcan como personas normales… Aunque todavía quedan algunos que no nos ven bien y que a nada que pueden nos lo echan en cara. A mi, como he dicho, me ha pasado en el trabajo», concluye María.