«Se dice rápido, pero hay muchos kilómetros y gestiones entre medias. Es algo desmesurado, pocas veces pasa. No hubiese imaginado todos los lugares a donde he llegado. Es curioso porque Poi estaba pensado como un espectáculo de raíz mallorquina, para trabajar en la Isla. Todavía me sorprende que suene una tonada de treball en Portugal o en el centro de Madrid y la gente se emocione», afirma el artista, que el próximo mes de enero abandonará Europa por primera vez para ofrecer doce funciones en Chile.
Para Vizcaíno, el éxito de su espectáculo radica en varios aspectos. «En Poi solo digo ‘Gira, gira!' y ‘Vine!', y hago gritos bucólicos, comunes a todo el mundo. Es algo muy primario, universal. También se conecta con el personaje, rudo y entrañable, e inspirado en mi abuelo, el recuerdo que guardo de mi infancia», afirma Vizcaíno, que asimismo destaca la dramaturgia y el dominio de la baldufa. «El apartado técnico y la manipulación de la peonza está muy perfeccionada, bien cogida, y eso la gente también lo disfruta. Lo que tiene la peonza, a diferencia de los malabares con mazas, por ejemplo, es que todos han jugado con una: entienden la dificultad y es intergeneracional. Y en Poi se cuenta una historia abierta, que traslada a cada espectador a su mundo interior», razona Guillem, para quien este espectáculo es la culminación de dos décadas de trabajo.
En 2002, con solo quince años, empezó con los malabares; poco después salió a la calle y en 2005 entró en la familia del Circ Bover. Vizcaíno ha probado muchas disciplinas: el monociclo, los malabares, el fuego, o el lanzamiento de cuchillos. Y la peonza llegó a su vida a raíz de una lesión de hombro: «Me regalaron una para que me entretuviese, y fue como una vuelta a la infancia. Creé Poi desde el alma, desde un lugar muy sincero, y eso también se nota», sostiene Guillem que, de padre artesano, crea sus baldufes. «La peonza perfecta es la que gira bien, sin temblores. A veces se tarda más con el proceso de equilibrado que con la fabricación. Cuando sale del torno y gira perfectamente es una maravilla», explica Guillem, que suele utilizar madera de ullastre, tropicales de origen desconocido, o de bubinga, procedente del Congo.
Poi conecta con la añoranza y reivindica la cultura propia frente a la falta de identidad. Asimismo, de algún modo recorre parte de la larga historia de la peonza, de más de cinco mil años. En su espectáculo, Vizcaíno integra técnicas y prácticas habituales en lugares donde el arte de la baldufa está bien asentado, como Taiwan, Japón o Colombia. «La peonza ha estado en todas las culturas, he intentado investigar un poco aquí y allá», explica Guillem, que en su espectáculo utiliza casi cincuenta peonzas, algunas de ellas de gran tamaño, de hasta 45 kilos, lanzada con una cuerda de 15 metros.
Con su espectáculo ha ganado numerosos premios y ha recibido propuestas de países como Corea del Sur, Dinamarca, Brasil, China, Ecuador, Noruega, Inglaterra, Croacia, Lituania o Hungría. Como ha dicho, se alegra de haber creado «una joya como Poi», pero no deja de pensar que vive una contradicción. «El espectáculo se creó para Mallorca, como algo local, artesanal y cercano. Después te das cuenta de que, mientras revindico las raíces o la naturaleza, no paro de viajar. De 200 funciones, solo ocho se han realizado en la Isla. Es algo que pasa mucho aquí: no solemos fijarnos en lo que tenemos. Los regidores de cultura deberían informarse de lo que tienen en casa antes de contratar artistas de fuera», expresa Vizcaíno, que tiene la intención de seguir girando con Poi, universal y atemporal.
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