Arriba: a la izquierda Eduard Reig, emprendedor nacido en Sabadell, y a la derecha la terapeuta colombiana Susan Salazar. Abajo: a la izquierda la artista francesa Virginia Waffelaest y a la derecha Antonio Cerón, director comercial jubilado llegado de Madrid. | P. Pellicer / M.A. Cañellas

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Siguiendo la pista de Queridos mallorquines, la renombrada obra en la que Carlos García-Delgado explora las grandezas y miserias del carácter mallorquín con humor y énfasis antropológico, en estas páginas trataremos de sacar nuestras propias conclusiones. Lo haremos a través de los ojos de una colombiana, una francesa, un madrileño y un catalán. El experimento arroja un balance dispar, hay lisonjas y puntapiés, y alguno fuerte, de los que dejan moretón. Es tan curiosa la idiosincrasia local que a nadie deja indiferente. Pero antes de entrar en materia, y en aras del ‘buen rollo', rescatemos una de esas citas que se debaten entre el pragmatismo y la ironía del siempre inspirado Winston Churchill: «Hay que aprender a reírse de todo, solo los necios se toman la vida en serio». Si lo dice el tipo que lidió con un asfixiante asedio nazi sin perder la compostura ni el humor habrá que hacerle caso...

Se dice que el mallorquín es prudente y distante, pero que cuando te brinda su amistad es para siempre. Al emprendedor catalán Edu Reig estas palabras le suenan a excusa para justificar un talante que peca de receloso. «Tienen un carácter difícil y endogámico, que en ocasiones desprende cierta hostilidad. Siempre me he llevado mejor con los mallorquines hijos de la inmigración que con los de los ocho apellidos, que suelen ser más cerrados». Con un punto de ironía, la artista francesa Virginia Waffelaest considera que el carácter local es «bastante especial», aunque matiza que con paciencia «siempre se puede encontrar una puerta de entrada».

En opinión de la terapeuta colombiana Susan Salazar, el mallorquín «es un poco cerrado y desconfiado al principio, es normal por tanta invasión que ha sufrido históricamente la Isla. Pero cuando te conocen te abren las puertas de su casa. Mis grandes amigos son mallorquines». En esta línea se expresa Antonio Cerón, director comercial jubilado llegado de Madrid: «De entrada son muy herméticos, y el período de adaptación para los que venimos de una ciudad grande es difícil. No esperes que te abran la puerta de par en par, te lo tienes que ganar a pulso, pero una vez que lo hacen ves que son gente maravillosa».

Reig no comulga con su punto de vista, para este catalán que ha vivido en diferentes ciudades del país, «la Isla es un paraíso geográficamente hablando, otra cosa muy distinta es como sociedad. Acogedor no es el primer adjetivo que se me ocurre». El vallesano incide en su denuncia al hermetismo de una sociedad en la que «cuesta mucho hacer un amigo de verdad». Para la francesa, «la Isla es acogedora si te adaptas a su ritmo, sino se queda en mero decorado». Más tajante se muestra la terapeuta colombiana, «esto es el paraíso, me siento muy acogida». Cerón discrepa: «Antes Mallorca era un lugar más acogedor, ahora está demasiado globalizada, demasiado extranjero y demasiada ocupación en verano, me da hasta pereza ir a la playa».

Expresiones

Cambiamos de tercio para revisar algunas expresiones que, cuanto menos, causan sorpresa al recién llegado. Edu Reig habla del ocurrente ‘barco de rejilla', lo ha sufrido en primera persona cuando «no he comulgado con un mallorquín en algún tipo de debate». En su opinión, «es una frase hostil, aunque por suerte no todos encarnan ese arquetipo». En tiempos de corrección política convendría revisar estos términos, y otros como ‘foraster'. «Una expresión que me parece despectiva, horrible, clasista e injusta y no entiendo que a algunos mallorquines les haga gracia». En ese sentido, Waffelaest sostiene que «es bastante excluyente, no apetece que te llamen así». Salazar suaviza el tono general, en su opinión «aunque es un poco despectivo, depende de en qué contexto te lo digan, al fin y al cabo somos forasteros». Sobre estas expresiones acomodadas en el abc cotidiano mallorquín, Antonio Cerón reconoce que «al principio me molestaba, pero con el tiempo incluso yo las utilizo alguna vez. De hecho, en mi casa todos son de aquí, pero te aseguro que el más mallorquín soy yo: consumo productos locales, me gusta el estilo de vida mallorquín, la gente de pueblo y de campo, y el que llegue a entender eso entenderá al mallorquín».

Vínculos

Los vínculos socio-lingüísticos que unen Balears con Catalunya propician que la relación entre ambas comunidades sean más estrechos que con el resto de foráneos. Pero para Reig, esa conexión no fluye con la naturalidad que debiera: «Respecto al catalán siempre ha existido esa mezcla entre respeto / admiración y envidia / repulsa». En su opinión, «se depara un trato diferente a peninsulares, extranjeros y catalanes» en función de la clase y, especialmente, los intereses. «Desde mi punto de vista algunos mallorquines usan la aceptación y la integración según su conveniencia. Pienso que no tratan igual al sueco que paga un desmesurado alquiler que al chaval de León que trabaja de camarero», concluye.

El apunte

Mallorca y las percepciones irrefutables

Amables, herméticos, complejos, solidarios, impuntuales y autocríticos son alguno de los calificativos que penden sobre el carácter local, según los cuatro encuestados. En sus palabras no todo es color de rosa, pero si algo predomina es el amor por esta tierra.
La experiencia les enseñó a sentirse en casa en el mundo, a ser flexibles y ensanchar su pensamiento. El clima, la playa, la ensaimada y esa forma de enfocar la vida como si el reloj no fuese con ellos forman, a su vez, el núcleo de la ‘identidad nacional’, ya saben... ese lugar en el que las percepciones se vuelven irrefutables.