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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, intervino este pasado viernes ante el Comité Federal de su partido para dar el pistoletazo de salida del curso político que, en esta ocasión coincide con la segunda parte de la legislatura. Superado el ecuador del cuatrienio, el balance del Ejecutivo progresista –en coalición con Unidas Podemos– presenta unos resultados alejados de los pronósticos más catastrofistas, en especial en lo que se refiere a la imagen del propio Sánchez. La gestión de la pandemia no ha pasado, al menos en apariencia, factura al presidente, que ha logrado protagonizar toda la acción política y desbancar a sus posibles adversarios.

Un bloque sólido.

Tras su victoria en las urnas, Sánchez ha conseguido proyectar la imagen de bloque del Gobierno, en especial desde la salida del equipo de Pablo Iglesias. Las disputas internas con Unidas Podemos son siempre de baja intensidad o anecdóticas, además que mantener inalterados los apoyos parlamentarios con los bloques nacionalistas e independentistas de Catalunya y el País Vasco. Además, la crisis sanitaria, social y económica provocada por el coronavirus no pasa, según las encuestas, una factura excesiva con respecto a la gestión gubernamental. La oposición no logra hacer mella en la imagen del líder socialista cuando se entra en la segunda mitad de la legislatura.

Huir de la radicalidad.

La principal característica del modo de gobernar de Sánchez es su tono lineal, alejado de la estridencia y la radicalidad. Una prueba de ello ha sido la consensuada reforma laboral –capitaneada por Yolanda Díaz–, que cuenta con el apoyo de sindicatos y empresarios. Sin embargo cabe preguntarse hasta cuándo podrá soportar el Gobierno que los temas más conflictivos sigan pendientes, como es el caso de Catalunya, o sus socios más próximos busquen su propio espacio político. Los próximos dos años de la legislatura pueden ser muy diferentes.