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Con todo atado y apoyos más que suficientes, Pedro Sánchez encara su investidura bajo una crispación atómica y que a lo largo de los últimos días se ha visualizado en la calle. Con la ley de la amnistía en el epicentro, la temperatura se ha ido elevando hasta un nivel difícilmente asumible para la ciudadanía y los propios partidos políticos. Ayer, por ejemplo, el Senado asistió a una nueva bronca por la constitucionalidad de la reforma exprés del reglamento que frena la urgencia de la polémica norma.

La legislatura que viene.

La mayoría absoluta del PP en la Cámara Alta le posibilitó sacar adelante la modificación del artículo que permite retrasar la tramitación de las proposiciones de ley. Evidentemente, el PSOE no tardó en anunciar que recurrirá al Constitucional. Por medio, un pequeño anticipo de lo que se puede esperar de la legislatura: crispación elevada a la enésima potencia y acusaciones bidireccionales que sonrojaron a cualquier espectador objetivo. Llegados a este nivel de polarización, que está salpicando a la propia opinión pública, la primera conclusión es evidente: Pedro Sánchez alcanzará la presidencia del Gobierno notablemente desgastado.

La erosión de Sánchez.

La erosión de Sánchez, en cierta manera, tampoco es ajena al PP, el principal partido en la oposición. Feijóo asumió las riendas de los ‘populares' avalado por sus éxitos electorales en Galicia y un talante moderado, pero su fracaso en la investidura y los posteriores acuerdos del PSOE con el bloque independentista y nacionalista han desatado al líder ‘popular'. Si el papel de Vox no ha sorprendido a casi nadie –Abascal protagoniza un guión del todo previsible–, surgen ciertas dudas sobre el tiempo que tiene decidido pasar Feijóo en las barricadas. Si bien las negociaciones y pactos de Sánchez pueden ser objeto de debate y discrepancia política, incluso orillar la Constitución y la ética, existe una realidad difícilmente cuestionable: tiene votos más que suficientes para ser investido. Democracia.