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El violento crimen de Erika Röhrig, registrado durante la noche del miércoles en la Colònia de Sant Jordi, ha conmocionado a la opinión pública. Vitor Aníbal Temporao, el presunto homicida, acabó con la vida de su suegra con una extrema brutalidad y durante las últimas horas han trascendido algunos detalles que revelan la peligrosidad del sujeto y el infierno que vivía esta familia. Su pareja sentimental –la hija de Erika– llevaba 22 años sufriendo todo tipo de vejaciones y humillaciones.

Denuncia por malos tratos.

El hombre fue denunciado por malos tratos durante el verano pasado y los investigadores emitieron un informe que lo consideraba de «alto riesgo», es decir, un peligroso maltratador. En este mismo documento de Valoración Policial se reflejaba que diversos indicadores apuntaban a que existían muchas posibilidades de que el agresor ejerciera sobre su pareja una violencia muy grave o letal. A pesar de todas estas alarmas, Vitor Aníbal seguía viviendo con su expareja y la madre de ella.   

Consumida por el miedo.

Como en otras tantas tragedias, su pareja, consumida por el miedo, tardó años en denunciar una biografía tejida por el terror. Simplemente temía por su integridad. Los informes policiales revelaron que su pavor y pánico estaban más que justificados. Fue su madre Erika quien perdió la vida, pero también podía haber sido ella. A tenor del informe policial y la valoración del sujeto –alto riesgo– es evidente que ninguno de los protocolos han funcionado. ¿Cómo es posible que un peligroso maltratador siguiera viviendo con su víctima? Sin duda, la falta de medios policiales han acabado con otra vida y han puesto al descubierto el infierno que viven muchas mujeres. Quizás suene a tópico, pero la muerte de Erika debería servir para algo.