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Donald Trump ya es presidente de los Estados Unidos. Que es como decir que lo es del mundo occidental. O sea, nuestro. Lo queramos o no sus decisiones nos van a afectar, como lo han hecho las de Barack Obama. Uno de los peores, este último, de los mandatarios de la Casa Blanca en política internacional. Un desastre. En especial para nosotros. Nos ha dejado una guerra en nuestra puerta oriental, en Ucrania, y algo más allá, no mucho, nos ha creado una calamidad morrocotuda, en Siria. Por no hablar de la herencia funesta de la Primavera Árabe que apadrinó que ha convertido en polvorines algunos países del norte africano. Como Libia, mismamente, que lo tenemos a 1.000 kilómetros, o sea a tiro de ciertos misiles; y los italianos al lado. Bien es cierto que su peculiar política exterior ha resultado para Baleares genial, pues ha hundido el turismo en países competidores nuestros, pero las consecuencias del ardiente polvorín norteafricano antes o después nos alcanzarán, y lloraremos. ¿Qué puede suponer para nosotros Trump? Es verdad que en primera instancia su discurso proteccionista no es nada bueno. Es un populista anti globalización. Hermanado con Podemos, en esto. Y con el jefe del estado del Vaticano, el argentino Bergoglio. Y con los del Frente Nacional francés. La globalización capitalista, según datos de la ONU, ha conseguido que la pobreza absoluta en el mundo se haya reducido en dos tercios en los últimos 25 años. No obstante todos los populismos abominan de ella. Es curioso que los mismos europeos súper solidarios que se manifiestan contra la globalización usen teléfonos móviles, ropa, calzado, electrodomésticos… hechos en China, Corea, Taiwan porque son más baratos de fabricar allí que aquí. Deben estar encantados con Trump, pero tal vez no sepan que si cumple sus promesas contra la globalización un smartphone triplicará al menos su precio y lo mismo pasará con otros productos. De todos modos, no avancemos acontecimientos. A ver qué hace de veras Trump. Porque una cosa es prometer y otra muy diferente hacer. Siempre en todo y con todos ocurre esto, pero en política y políticos la diferencia entre lo uno y lo otro se convierte en abisal. Sin embargo hay que reconocer que su mero ejemplo político inquieta. Ver esa campaña en Francia de asalto a camiones que transportan vino español recuerda mucho el mensaje de Trump en los estados desindustrializados de Estados Unidos. Si en el país vecino los antiglobalización consiguen convertir en un problema el vino español –entre otros productos- el Frente Nacional será el más beneficiado electoralmente. En Estado Unidos Trump tenía que atraerse el voto de antiguos obreros de zonas desindustrializadas para ganar, y lo consiguió. En Francia, Marine Le Pen, que ya tiene buena parte del voto antiguamente izquierdista en ciudades, debe absorber voto derechista en la Francia de siempre, la agrícola, para ser presidenta de la República este año. Por eso los ataques a los camiones no parecen nada espontáneos. Si los medios hacen de ello un problema nacional cuidado con la Trump francesa, que puede ganar.