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Definitivamente, hacen falta más alarmas, y más alarmantes. Cuando la semana pasada el Gobierno, sin encomendarse al Dios ni al diablo, anunció el fin del estado de alarma el 9 de mayo, casi todas las comunidades autónomas, que tanto se quejaron de dicho estado al principio de la pandemia, muy alarmadas por quedarse sin posibilidades legales de imponer sus propias restricciones, a las que se han aficionado mucho, pusieron el grito en el cielo, expresaron su malestar y exigieron soluciones legales anticipadas. ¡Mis restricciones, mis restricciones...!, clamaban los presidentes autonómicos despojados de sus poderes. Andalucía, Madrid, Murcia, País Vasco, Galicia… También nosotros, por supuesto, como ya reflejó la portada de este periódico el jueves pasado: Balears pide mantener el toque de queda.

Es lo que pasa siempre con las alarmas, que al principio no le gustan a nadie, y cuando ya les cogen el tranquillo, no pueden pasarse sin ellas y todas les parecen insuficientes. Tal vez el Gobierno, ilusionado como un chaval con vacunas nuevas, se haya precipitado en su anuncio, y como además ya nos alarma bastante en otros asuntos, prefiera aflojar antes de tiempo. Pero los Gobiernos autonómicos, despavoridos ante la posible merma de su capacidad alarmante, no se han precipitado menos, y en esas están desde la semana pasada, anticipando alarmas por si acaso luego ya no pueden. Y eso que aún falta casi un mes para la infausta fecha del cese de las alarmas, y nadie sabe qué pasará para entonces.

Lo hemos repetido a menudo. Las alarmas son muy adictivas, sobre todo para quienes las lanzan o proclaman, y nada satisface más al poder (da más gusto) que imponer restricciones; se alarman enormemente si intuyen que les restringen esa potestad. Y en esas estamos desde hace días. No era mi intención hacer comentarios que incrementen la alarma, pero como el barrullo no cesa, conviene recordar a nuestros líderes, nacionales o regionales, que en situaciones de peligro y alarma se espera de ellos que muestren serenidad, y no pierdan los nervios como cualquier pendejo. Esto lo sabe hasta un guionista de pelis de acción. Vale, necesitamos más alarmas. No hace falta que nos lo griten.