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Todo el revuelo que se ha montado últimamente con eso que han dado en llamar «la España vaciada» me resulta del todo ridículo. Lo siento por quienes se ven afectados por ese dolor, pero cuando un lugar se abandona –ha pasado siempre, desde hace milenios– es porque no ofrece a sus habitantes las oportunidades que desean. Y punto final. Yo soy de pueblo y sé muy bien cómo son esas cuestiones. Cualquier joven bien formado, con ambiciones o que, simplemente, aspire a tener una vida igual, o incluso un poquito mejor, que sus padres, buscará dónde hacerlo. El primer impulso es siempre quedarse cerca, en la zona de confort, entre seres queridos. Cuando esa cercanía y esos afectos equivalen a frustrar todos tus planes y ver pasar ante tus ojos la sombra del hambre, pies para qué os quiero. El mundo es muy grande y hay miles de sitios donde mana la prosperidad. Por eso encuentro muy paleto eso de «vender la experiencia de la España vaciada» a través, cómo no, del turismo. Parece que en este país solo tenemos una neurona que mira únicamente hacia las posibilidades turísticas. Como si no existieran otros negocios.

Como si la España vaciada, que se dedica a la agricultura y a la ganadería, no pudiera convertirse en una potencia agrícola mundial. Como hizo Holanda con sus dichosos tulipanes. Aquí hemos visto algo parecido en esos barcos pesqueros que admiten a un par de turistas para que «vivan la experiencia» de una vida dura, del esfuerzo físico y mental, del riesgo, del enfrentarse a una criatura infinitamente más fuerte que tú, que puede matarte en un instante: el mar. ¿Me quieres decir que esos turistas –ejecutivos, comerciantes, maestros, médicos en sus países– llegan a percibir algo de eso? No es más que folclore. Igual que las chicas sensuales con una guirnalda de flores en el cuello y una falda de hojas de palmera cubriendo su precioso cuerpo en Hawai. Si existe una España vaciada es porque gobiernos y empresario son incapaces de crear oportunidades laborales allí. Y eso incluye apostar por ellas, crear medios de transporte, logística, competitividad, formación de los jóvenes, conectividad, inversiones millonarias. Si el campo proveyera salarios golosos y un estilo de vida próspero, ya te digo yo que no se habría vaciado. O quizá sí, pero volvería a llenarse con rapidez.