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¿Alguna vez han estado en un bufet libre? ¿Y en un todo incluido? Sí, hablo de esos lugares donde la gente come sin hambre y bebe sin sed, como si de un momento a otro fuera a decretarse el racionamiento de bebidas y alimentos y la obligatoriedad de llevar una vida racional y saludable. En esos establecimientos, punta de la civilización, somos capaces de volver a ingerir, años después, gelatina de fresa solo porque la gelatina está ahí, junto a los infaltables vasitos de vainilla y chocolate y las porciones rectangulares de tarta industrial, perfectamente colorida.

He visto, en esos hoteles y restaurantes, combinar en un mismo plato salchichas de Frankfurt, paella con guisantes, albóndigas en salsa y patatas fritas. También he visto a señoras y señores, que en su día a día deben de pasar por ciudadanos ejemplares, adelantar a niños y personas con movilidad reducida solo por llegar a la última porción de pizza margarita.

Y no, no mire para otro lado, yo le vi hacer todo esto mientras me servía mi sexto vaso de una bebida calórica y carbonatada, aguada a conciencia.